sábado, 8 de abril de 2017

LÁGRIMAS DE COCODRILO

Siempre había hecho lo que le había dado la gana. Nada más nacer se dio cuenta de que en cuanto abría la boca y berreaba, aunque fuese lo mínimo, alguien le sacaba de la cuna, le cambiaba el pañal, le daba de comer o le arrullaba.

Se crió entre algodones, hija de padres viejos, ocupó el lugar que había dejado su hermano, al que nunca conoció porque se había suicidado dos años antes de su nacimiento. No pudo soportar la presión de la escuela secundaria, las burlas de sus compañeros y algún que otro golpe o zancadilla en los pasillos del instituto.
Ella lo supo cuando cumplió trece años y encontró, de casualidad, un álbum de fotos, las notas del colegio y la carta de despedida de un hermano del que nadie, nunca le había hablado. Y aquello fue el detonante de su ira. No perdonó a sus padres que le hubiesen engañado, aunque ellos apelaban a su cordura intentando explicar que no había sido un engaño, sino la ocultación de una realidad que para ellos, era insoportable.
Pero no fue suficiente y la edad del pavo se convirtió en un melodrama, salpicado de broncas, gritos y lágrimas. Sobre todo lágrimas, porque cuando lloraba sus padres revoloteaban alrededor, como pollos sin cabeza, intentando calmar a su hija, que apuntaba maneras y estaban seguros de que un segundo suicidio acabaría con ellos.

miércoles, 5 de abril de 2017

ESCORIA, BASURA, DESECHO

“¡Tampoco es para tanto!”

Fue lo último que escuchó antes de pegar un portazo. El portazo que siempre quiso dar pero nunca se atrevió. El definitivo, el que cerraba una etapa de su vida pero que no sabía si abría otra, porque sí, su marido tenía razón, ¿a dónde vas a tu edad?
Pero se fue. Con lo puesto. Cogió el coche, lo único que le pertenecía solamente a ella y arrancó sin saber dónde ir.
Al amanecer divisó una playa. Se metió en el único hostal que había abierto en noviembre y se tumbó en la cama a pensar.
Había cumplido cincuenta y cuatro años. Tenía tres hijos. Los adoraba pero ya estaban encarrilados y nunca había tenido la sensación de que la necesitasen. Bueno, sí, para sentarse con ellos a hacer los deberes de pequeños, preparar los trabajos de sociales o redactar algo en inglés, sí. Había estudiado filología inglesa y no era maruja, maruja… o eso pensaba. 
Había acabado la carrera antes que su marido, el-novio-de-toda-la-vida, que conocía del barrio. Siempre le gustó, desde que era niña y, él, tres años mayor, ni la miraba. Era la hermana pequeña de su amigo del alma y solamente reparó en ella cuando se rompió un tobillo jugando a baloncesto y tuvo que hacer reposo. Se aburría tanto que comenzó a leer las novelas de la hermana de su amigo y ahí comenzó todo.