jueves, 14 de julio de 2022

LOS OJOS DE MI PADRE



Iba conduciendo de camino al trabajo y en la radio escuchó la canción de Eric Clapton. Tarareó sin darse cuenta el estribillo: “That´s when I need my father’s eyes” y se puso a llorar.

Casi no había cumplido seis años, cuando reparó en la mirada crítica de su padre. No había aprendido a nadar, le daba pánico el agua y le apuntaron al cursillo veraniego en la piscina de su urbanización.

Era el niño gordito de la pandilla de perdedores, donde le habían aceptado como a uno más. El más torpe, el que siempre se caía del patinete y al que se le salía la cadena de la bici a perpetuidad. Y era consciente de que eso mismo le revolvía las tripas al padre, que había soñado con un “heredero” alto y espigado como él.

Era el único hijo de su segundo matrimonio y tenía dos hermanas mayores que se llevaban a matar con papá. Y no lo podía entender, porque él le adoraba. Haría lo que fuese para contentarle, para que se sintiese orgulloso, para arrancarle una sonrisa de corroboración, por muy pequeña que fuese. Por eso mismo, aunque vomitase a escondidas de puro nervio, se empeñaba en aplicarse en nadar, pero el pánico le superaba y todos los días, mientras su padre observaba desde la sombra haciendo que leía el ABC, lloraba en silencio, disimulando, tiritando, castañeteando los dientes, mientras gotas de lágrimas resbalaban por su barriguita blanda de niño gordo y su amiguita, la niña sin padres que no le gustaba a los suyos, le apretaba la mano con fuerza sin mirarle.