lunes, 17 de febrero de 2020

EL RETRUÉCANOS



–¡Alex! ¡Alex! Baja a desayunar.
–…
–¡Alejandroooooooooo!
–Voooooooy…


El adolescente entró en la cocina con cara de sueño.

–Son más de las diez, quedamos en que estos tres días que estás expulsado te levantarías a las siete a estudiar. Que me he cogido días de asuntos propios para vigilarte y no me vas a tomar el pelo. Por cierto, ¿qué demonios hacías anoche con la luz encendida a las tantas? ¿No te habrás enganchado a la wifi del vecino para jugar al Fortnite ese?
–¡Qué dices! Si también ha cambiado la clave–el adolescente sonrió con picardía– estoy más aislado que Robinson Crusoe…
–¿Y por qué tenías dada la luz?
–Estuve leyendo y no podía dejarlo.
–¿Leyendo?
–Leyendo
–¿Un libro?
–Si mamá, eso que tiene tapas y hojas de papel, numeradas y que la abuela pasa de pantalla chupándose el dedo.
–Alucino…
–Es que hay un capítulo que me recordó a papá y a ti. Cuando el pavo se va para los molinos pensando que son gigantes y el otro menda le dice que lo está flipando. Me recordó cuando papá movilizó a medio vecindario contra el banco por lo de las cláusulas suelo y tú le decías que luchaba contra los gigantes y toda esa movida. Es que sois como ellos, me parto…
–¿Has estado leyendo El Quijote?
–Si…
–Hijo de mi vida, si te pusieras en serio sacarías hasta buenas notas, eres muy inteligente, no entiendo porqué te empeñas en parecer tonto, en enfrentarte a tus profesores, en no hacer lo que se te manda…
–El de lengua es un puto facha retrógrado, homófono y machista, mamá. Yo no me puedo quedar callado cuando está ridiculizando a Fátima porque lleva velo y casi no habla nuestro idioma. Lo siento mamá, tengo razón y lo sabes.
–El mote se lo pusiste tú, ¿verdad?
–Si.
–El Retruécanos…


Ambos rieron a carcajadas.

–Mami ¿me haces un colacao?
–¿Con grumitos?
–Chi.

lunes, 10 de febrero de 2020

HALOPERIDOL PRODES



Odiaba a los pájaros y especialmente al canario de su abuela, que todas las mañanas le recibía en la cocina con un pío extraño, con voz aguardentosa, mientras le miraba con el ceño fruncido y la cabeza hundida entre las alas. Se parecía a Marlon Brando, algo tan extraño e inusual para un canario como el tono de su piar.

Unas semanas antes le había abierto la jaula para que escapase de su cárcel. El canario revoloteó nervioso y se asomó a la puertecita, mirando a ambos lados, desconfiado, dio tres saltitos, revoloteó en la terraza de la cocina y volvió a su prisión, a su pequeño columpio, a picotear de la barrita de cereales, a afilarse el piquito con el hueso de jibia que su abuela le cambiaba más a menudo que las toallas del baño.

Y esa mañana, mientras se tomaba el café y se mantenían las miradas, el canario comenzó a piar de la forma que pian los canarios, primero despacio, para ir aumentando el tono y el ritmo en progresión aritmética. No se movía, solamente emitía el pío, pío, cada vez más alto, cada vez más rápido. Y a la vez se comenzaba a hinchar, como un globo. Hasta que llegó un momento en que la jaula se le quedó pequeña y explotó dejando un rastro de plumitas amarillas que quedaron suspendidas en el aire, pegadas a los azulejos y moviéndose lentamente hasta aterrizar en el suelo.

Se quedó hipnotizado observando el espectáculo de serpentinas plumosas y de repente reparó en que el frasco de Haloperidol Prodes estaba vacío.

Llevaba una semana sin tomar su medicación.