lunes, 14 de junio de 2021

NOSOTROS, VOSOTROS Y ELLOS





Llegué el domingo. A la playa, a mi playa.

Como todos los años, en el acceso a la entrada, el cayuco bocabajo da la bienvenida a los veraneantes para recordarnos la suerte que hemos tenido por nacer en el primer mundo, en el de la prosperidad, la comida abundante, el agua potable y los derechos humanos consolidados.

A lo largo de Zahora, mientras paseas por la orilla, se pueden ver restos de pateras que llegaron algún día, repletas de gente con padres, parejas, hijos… desesperada. Porque no puede haber mayor desesperación que la que empuja a alguien a echarse al mar sabiendo que solamente puede perder lo único que tiene, la vida. Una vida que en su país vale muy poco.

Este año alguien ha pintado el cayuco. Siluetas negras piden ayuda con los brazos levantados y los ojos enormes, aterrados, a punto de ser engullidas por el mar azul, apacible, vacacional, curativo y relajante.
Algunas son más grandes que otras. Y las pequeñitas, aferradas a su mamá, o su papá, piden auxilio y me recuerdan lo injusto que es nacer en algunos lugares.

Abro Twitter y veo la fotografía de miles de personas en Colón, apropiándose de la bandera de mi país, agitándola como si fuese solamente suya.
Y contemplo estupefacta un señor, o señora –no lo sé ni tengo ganas de averiguarlo– disfrazado con una cabeza de toro, plagiando al americano desquiciado, con mi bandera al cuello y varias pegatinas repartidas por su cuerpo, en las que se puede leer: “¡¡¡Stop invasión!!! DefiendeEspaña”.

No quiero ver nada más.

Entro en el agua, templada, apacible, vacacional, curativa y sedante. Recuerdo que estoy nadando en un cementerio y pienso que cuánto hijo de puta sobra en este mundo.