martes, 16 de mayo de 2023

ODIO




Se arrodilló junto a la cama y contempló su rostro arrugado, los párpados hinchados, las mejillas hundidas y respiró el hedor de la vejez.
No podía soportarlo.
Madre había tenido la delicadeza de morir relativamente joven y sin dar un ruido, sin volverse una carga, un ser dependiente y desvalido como era, ahora, padre.
Y lo odiaba.
Lo odiaba por los capones, los tirones de orejas, el ponerle en evidencia delante de las visitas, ridiculizarle en público durante la niñez y gran parte de su adolescencia.

Y ahora tenía que lavarlo, darle de comer, limpiar sus babas…
Los olores a decrepitud, a pañal con mierda de viejo se habían impregnado por toda la casa, se le habían metido en la nariz y no podía deshacerse de ellos.

Volvió a mirarlo, la respiración era cada vez más trabajosa, inquieta, el rumor de su pecho indicaba que las flemas que no había aspirado no dejaban que el aire fluyese. De vez en cuanto boqueaba, y él seguía sin hacer nada, contemplando el cadáver en vida, esperando…

Un sonido a través del pañal y la fetidez nauseabunda, indicaron que había vuelto a evacuar, era la tercera vez y siguió sin hacer nada.
Llevaba desde el viernes por la tarde sin despegarse de su vera, había duplicado la dosis de morfina, y nada… eran casi las doce del domingo y el lunes a primera hora volvería la enfermera, no podía dejar pasar mas tiempo.

Con cuidado puso la almohada en la cara del viejo y apretó despacio primero, mas fuerte después, pero, como empujado por un resorte, su padre le agarró las muñecas y comenzó a patalear y gemir. Él se aplicó a fondo, echándose encima, apretando con todas su fuerzas, pero el viejo se resistía. No podía ser, él era un hombre relativamente joven. Sus casi cien kilos no podían aplastar a un moribundo en los huesos, sin aparente fuerza ni para levantarse de la cama… y se resistía como un león. Cómo lo odiaba. Sudaba a mares, la camiseta se le pegaba a la espalda, hasta que reparó en que había dejado de moverse, de luchar… por fin.

Levantó la almohada y dos ojos vidriosos, desencajados, lo contemplaron.
Cómo lo odiaba...