miércoles, 15 de julio de 2020

SEGISMUNDO



Se lo había propuesto y lo consiguió. Desde siempre su refugio habían sido los cines de su barrio. 

El quinto hermano, el que fue confundido con el principio de la menopausia por su madre, fue el niño gordito de su clase, el que estaba siempre solo en el recreo. La diana de las burlas en casa y en la calle, el eterno solitario que se transformaba, en la oscuridad de los cines de la infancia y adolescencia, en el protagonista venerado por las vampiresas que sucumbían a su encantadora sonrisa.

Creció amando a sus heroínas de la pantalla y despreciando a las de carne y hueso. Y cuando cumplió la mayoría de edad se hizo una promesa que consumó cuando murió la madre que cuidó con cariño hasta que la muerte los separó. 

Esa tarde paseó solo, pero acompañado. Lauren Bacall le dedicó, desde su estrella en el 1724 de Vine Street, una medio sonrisa mientras ladeaba el sombrero y le indicaba el camino hacia la de Humphrey, en el mismo Hollywood Boulevard. 

Clark fumaba mientras Vivien levantaba el puño en su juramento inmortal contra la puesta de sol y Judy entrechocaba sus chapines rojos buscando el camino a casa. 

Greta, la divina, su primer amor, la que estimuló sus inicios sexuales en solitario, lucía su cuerpo maravilloso con el vestido de lamé ajustado de Mata Hari, para volver a hechizarle, pero él, que era un caballero y las prefería rubias, dejó para último lugar la visita estrella, de las estrellas de la fama. Y Marilyn le vio acercarse a lo lejos y dejó volar, de nuevo, la falda de su vestido blanco con el viento del atardecer.

Toda su vida había sido, era y sería siempre, sueño.