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sábado, 14 de noviembre de 2020

MARILYN MORROS




Salió de casa sin portazo, sin voces, sin despeinarse. Se llevó la maleta roja y desapareció. Ella –sentada en la butaquita del despacho–, aún no se había repuesto del sofocón, cuando él tomaba el primer tren, sin saber qué destino llevaba.
Quería poner tierra de por medio, pero con ese maldito carácter y esa noción del honor trasnochada que le habían inculcado en casa, no supo hacer otra cosa que poner trampas para que ella las descubriera. Dejó señuelos, falsas pistas para precipitar su salida de aquella casa que ya le hastiaba. 
No podía dejarla sin más. Debía darle motivos. Y se los inventó. 

El primer paso era despertar sospechas. Infundadas, si, pero tenía que levantar una liebre inexistente.
Ella era buena, decente y confiada. No lo pilló enseguida.
Primero dejó el ordenador abierto, con correos de otra mujer que él mismo se había enviado. Pero ni los miró. 
Después dejó una camisa en el cesto con restos de carmín, pero ella no le dio importancia, incluso le comentó lo que le había costado quitar la mancha del pintalabios, que fuese más cuidadoso la próxima vez.
Pero a la tercera cayó como un mirlo. Y no fue con intención, creía que ella no daría importancia a que bajase la maleta del altillo y la ocultase bajo la cama con un poco de ropa para pirarse en cualquier momento. 

Ella era buena, decente, confiada y murió sin saber por qué su marido escondía unas plataformas del 44, una peluca rubio platino y un conjunto de lentejuelas tan exiguo como sus orgasmos.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

UN BEBÉ EN BRAZOS



Hay cosas que nunca se olvidan, como coger a un recién nacido. 
Cuando has sido madre, un bebé en brazos es revivir sentimientos que, por lejanos, estaban relegados a ese rincón de tu mente donde las canciones infantiles han permanecido, susurrando las letras para que las recordases veintitantos años después. Hay cosas que nunca se olvidan. 
Y cuando quieres, intentas, pruebas a poner blanco sobre negro eso, el momento preciso donde un bebé en brazos se convierte en tu propio hijo, en el olor a pan recién hecho, en el temblor casi imperceptible de un corazón pequeñito que late como un pajarillo, el tacto vivo y el peso mínimo, eso mismo, se te escapa de entre los dedos, como el agua de lluvia. Y el teclado permanece mudo. 
No hay palabras para describir el instante fugaz de una alegría renovada, conocida y largamente esperada. La felicidad son esos pequeños momentos de luz y de amor, porque hay cosas que nunca se olvidan. Afortunadamente. 

viernes, 28 de agosto de 2020

LAS DOS ESTRELLAS



Su padre era el mayor de los hermanos y fue el último en morir. Tras cinco semanas en la UCI la pandemia se lo llevó, como a los otros cuatro. Tuvieron que esperar para el entierro y no hubo funeral. Para Estrella era un alivio, porque los ritos religiosos a los que le habían obligado a asistir en su niñez le provocaban desazón y taquicardia. 

Ella era la oveja negra de la familia. Hija y nieta de abogados, fue la única que no siguió la senda familiar. Se matriculó en derecho por imposición paterna, pero en tercero tanta ley, tanto derecho romano, tanta mandanga infame se le indigestó y decidió que lo de la danza no iba a ser un hobby, como le habían indicado en su casa, una casa buena, de gente bien, de familia acomodada en barrio céntrico y piso en chaflán. 
Había salido perroflauta, su padre lo bramaba a los cuatro vientos, su madre no podía evitar el tic en el ojo, recurrente a cada conflicto casero y sus tres hermanos mayores se mofaban llamándola Isadora Duncan.
La única que la había apoyado, cuando dio el campanazo y dijo que dejaba derecho, fue su abuela. Ya estaba mayor y nunca se la había tomado en serio. Estrella debía su nombre a la imposición paterna, porque a su madre le hubiese gustado llamarla María Angustias, como ella, pero por fortuna la voz masculina era la que decidía en esa santa casa. Y la nieta se llamó como su abuela y se parecieron tanto que a su padre, a veces, le daba miedo.

jueves, 6 de agosto de 2020

HOGAR, DULCE HOGAR



Hacía calor, mucho calor, tanto que las plantas de los pies sentían el ardor del alquitrán a través de las sandalias planas que quemaban como el fuego.

Caminaba por la carretera esteparia, desierta, sin árboles ni sombras, ningún cristiano con dos dedos de frente se atrevería a salir de casa a esas horas, con un sol de justicia africano, abrasador, que derretía el asfalto y hacía temblar, con sus vapores malignos, la imagen terrorífica del campo agostado. 

De repente escuchó, a lo lejos, un sonido amigo. Una moto. Su moto. El ronroneo del motor desperezó el canto de un pájaro dormido. Y su corazón.
Imaginó la escena tras su portazo. Él, compungido, sin saber qué hacer. Desesperado. ¿Qué haría sin ella? ¿Podría vivir solo? Él dando vueltas por la salita, como perro enjaulado, como una bestia nerviosa. Porque era un auténtico animal. Se lo habían dicho por activa y por pasiva, pero no escuchó, no quiso hacer caso de murmuraciones celosas. Pero lo acababa de experimentar en su primera pelea. Antes de llegar a las manos, ella huyó, con lo puesto, con sus sandalias planas y la bata de estar en casa, la bata que antes que ella vistieron su madre, su abuela, su tía...

Y cuando él llegó a su altura, sin mediar palabra, sin mirarla siquiera, le lanzó un bolsón de viaje pesado y repleto, con sus cosas. Dio media vuelta y volvió a casa. A la casa de ambos. El hogar que ella imaginó, en su loca cabecita, feliz.

miércoles, 15 de julio de 2020

SEGISMUNDO



Se lo había propuesto y lo consiguió. Desde siempre su refugio habían sido los cines de su barrio. 

El quinto hermano, el que fue confundido con el principio de la menopausia por su madre, fue el niño gordito de su clase, el que estaba siempre solo en el recreo. La diana de las burlas en casa y en la calle, el eterno solitario que se transformaba, en la oscuridad de los cines de la infancia y adolescencia, en el protagonista venerado por las vampiresas que sucumbían a su encantadora sonrisa.

Creció amando a sus heroínas de la pantalla y despreciando a las de carne y hueso. Y cuando cumplió la mayoría de edad se hizo una promesa que consumó cuando murió la madre que cuidó con cariño hasta que la muerte los separó. 

Esa tarde paseó solo, pero acompañado. Lauren Bacall le dedicó, desde su estrella en el 1724 de Vine Street, una medio sonrisa mientras ladeaba el sombrero y le indicaba el camino hacia la de Humphrey, en el mismo Hollywood Boulevard. 

Clark fumaba mientras Vivien levantaba el puño en su juramento inmortal contra la puesta de sol y Judy entrechocaba sus chapines rojos buscando el camino a casa. 

Greta, la divina, su primer amor, la que estimuló sus inicios sexuales en solitario, lucía su cuerpo maravilloso con el vestido de lamé ajustado de Mata Hari, para volver a hechizarle, pero él, que era un caballero y las prefería rubias, dejó para último lugar la visita estrella, de las estrellas de la fama. Y Marilyn le vio acercarse a lo lejos y dejó volar, de nuevo, la falda de su vestido blanco con el viento del atardecer.

Toda su vida había sido, era y sería siempre, sueño.

jueves, 23 de abril de 2020

#14DEABRIL (30 AÑOS DESPUÉS)

Le habían enviado, junto a la solicitud de amistad de Facebook, un mensaje. “Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo”. 
Husmeó en el perfil de Carlos Valerón Smith y sintió que la magdalena de Proust se le atragantaba como tantas otras veces. Se preguntó qué había ocurrido. La distancia, muy a su pesar, había sido el olvido. Y la desmemoria su infelicidad. 

Rememoró los días apacibles de primavera, cuando quedaban después de las clases y se tumbaban al sol, tan juntos que parecían una sola persona, con certeza de que nada ni nadie podría separarlos y la convicción de que estaban en posesión de la verdad absoluta.

Carlos ahora era un pintor famoso. Seguía teniendo ese porte bohemio, atractivo y majestuoso que la enamoró treinta años antes.

Le había enviado el mensaje un 14 de abril. Seguramente no era casualidad. 

Lo eliminó y bloqueó su perfil.

miércoles, 22 de abril de 2020

LA SOMBRA

Salió del portal y se recompuso. 
Las dos horas de consulta semanal con su psiquiatra, obligada por la familia de su difunto, le perturbaban.
Pero no se había salido del guión. Actuó a la perfección. No había relatado su infancia entre las colas del Monte de Piedad y las de cartillas de racionamiento, ni siquiera la pesada carga de la sentencia a muerte de su padre. No mencionó que los misterios dolorosos del matrimonio para ella fueron gozosos y gloriosos. Ocultó que se había enriquecido a costa del negocio de sus suegros y que había ingresado el dinero en una cuenta a nombre de las niñas para que ellas si lograsen ser lo que ella nunca pudo.
Había engañado a todos, menos a su sombra, que reflejaba quién era en realidad. 


martes, 14 de abril de 2020

14 DE ABRIL




Aquel día también llovía. Corríamos por calles empedradas, a lo lejos sonaban campanas de la catedral y buscábamos algún sitio para guarecernos. 

Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo. Tú me preguntaste,”¿Sabes qué día que es hoy?” Y yo sonreí porque, aunque entonces todo estaba prohibido, en mi facultad habíamos cantado un himno ilegal por la mañana.

Saqué una bandera tricolor que colgamos en lo alto de la Torre de Bujaco y mientras la policía nos gritaba que nos detuviésemos, nos besamos. Echaste a correr hacía la Plaza de San Jorge y yo a la Escuela de Aparejadores.

Como hoy, era 14 de Abril.

viernes, 10 de abril de 2020

BESOS, SOL Y HORMIGAS



Tumbados en una manta después de comer. El sol en lo más alto, redondo, amarillo, en esa estación en la que aún no buscamos la sombra. Los pajaritos cantan, a veces las nubes nos recuerdan que aún no estamos en verano y cuando abres los ojos, tienes la sensación de que han estado cubiertos de arena. Sonido de agua, lo suficientemente lejos para no preocuparnos por los niños. 

Me dices que no entiendes cómo no quiero mudarme a vivir al campo. Te contesto que ni muerta. Reímos y me quejo de las hormigas que comienzan a invadir el improvisado comedor y huyen cargadas con trocitos de patatas y migas de pan. 

Un niño se ha caído y llora. Levántate tú que me da pereza. Sana, sanita, culito de rana. Besito de mamá que lo cura todo. 

Poned la tapa a la Nocilla que se está llenando esto de avispas. Niños, venid a que os ponga protección solar. Qué exagerada eres con las cremas, déjales que tomen el sol, que es bueno para sintetizar la vitamina D. Pero es que se queman, que han salido a mi…
Risas de nuevo. Qué bien se está aquí, qué pereza volver a Madrid. La caravana…

¿Lo ves? Si nos mudásemos a la sierra no tendríamos ese problema. Estamos tirando el dinero pagando el alquiler…
Ni loca me voy yo a la sierra.
Bueno… ya veremos…
Si, ya veremos. El próximo fin de semana vamos a ver una casa. 
Yo no.
Tú si.
Risas.
Besos, sol y más hormigas.

viernes, 13 de marzo de 2020

LA PANDEMIA



Cerraron las fronteras, los colegios, los centros de día para los mayores, cualquier acto público con más de mil personas –al principio– pero el ratio fue disminuyendo hasta dejarlo en veinticinco. 

La gente acaparaba comida y papel higiénico y ya no compraba en los chinos, porque eran ellos los “culpables”. Pero luego lo fueron los italianos y semanas después, nosotros. No nos dejaban viajar a ningún país porque les contagiábamos.

Llegó el día que se suspendieron las Fallas y la Semana Santa y nos aconsejaron no salir de casa. Pero la recomendación se convirtió en restricción con una orden legislativa de carácter urgente, por la que se permitía, a las fuerzas del orden y seguridad del estado, abrir fuego contra la población desobediente.

Murieron los abuelos, los enfermos con patologías previas y más tarde las personas con mala salud, las mujeres maltratadas a manos de sus maridos hartos de no ver otra cara en todo el día y los hijos respondones porque sus padres –histéricos– no podían compaginar el teletrabajo y el cuidado de sus niños.

Nueve meses después se decretó el fin de la pandemia y una nueva población, sana, salió a la calle y respiró – con ojos demenciados– el aire purificado tras meses de inactividad.

lunes, 17 de febrero de 2020

EL RETRUÉCANOS



–¡Alex! ¡Alex! Baja a desayunar.
–…
–¡Alejandroooooooooo!
–Voooooooy…


El adolescente entró en la cocina con cara de sueño.

–Son más de las diez, quedamos en que estos tres días que estás expulsado te levantarías a las siete a estudiar. Que me he cogido días de asuntos propios para vigilarte y no me vas a tomar el pelo. Por cierto, ¿qué demonios hacías anoche con la luz encendida a las tantas? ¿No te habrás enganchado a la wifi del vecino para jugar al Fortnite ese?
–¡Qué dices! Si también ha cambiado la clave–el adolescente sonrió con picardía– estoy más aislado que Robinson Crusoe…
–¿Y por qué tenías dada la luz?
–Estuve leyendo y no podía dejarlo.
–¿Leyendo?
–Leyendo
–¿Un libro?
–Si mamá, eso que tiene tapas y hojas de papel, numeradas y que la abuela pasa de pantalla chupándose el dedo.
–Alucino…
–Es que hay un capítulo que me recordó a papá y a ti. Cuando el pavo se va para los molinos pensando que son gigantes y el otro menda le dice que lo está flipando. Me recordó cuando papá movilizó a medio vecindario contra el banco por lo de las cláusulas suelo y tú le decías que luchaba contra los gigantes y toda esa movida. Es que sois como ellos, me parto…
–¿Has estado leyendo El Quijote?
–Si…
–Hijo de mi vida, si te pusieras en serio sacarías hasta buenas notas, eres muy inteligente, no entiendo porqué te empeñas en parecer tonto, en enfrentarte a tus profesores, en no hacer lo que se te manda…
–El de lengua es un puto facha retrógrado, homófono y machista, mamá. Yo no me puedo quedar callado cuando está ridiculizando a Fátima porque lleva velo y casi no habla nuestro idioma. Lo siento mamá, tengo razón y lo sabes.
–El mote se lo pusiste tú, ¿verdad?
–Si.
–El Retruécanos…


Ambos rieron a carcajadas.

–Mami ¿me haces un colacao?
–¿Con grumitos?
–Chi.

lunes, 10 de febrero de 2020

HALOPERIDOL PRODES



Odiaba a los pájaros y especialmente al canario de su abuela, que todas las mañanas le recibía en la cocina con un pío extraño, con voz aguardentosa, mientras le miraba con el ceño fruncido y la cabeza hundida entre las alas. Se parecía a Marlon Brando, algo tan extraño e inusual para un canario como el tono de su piar.

Unas semanas antes le había abierto la jaula para que escapase de su cárcel. El canario revoloteó nervioso y se asomó a la puertecita, mirando a ambos lados, desconfiado, dio tres saltitos, revoloteó en la terraza de la cocina y volvió a su prisión, a su pequeño columpio, a picotear de la barrita de cereales, a afilarse el piquito con el hueso de jibia que su abuela le cambiaba más a menudo que las toallas del baño.

Y esa mañana, mientras se tomaba el café y se mantenían las miradas, el canario comenzó a piar de la forma que pian los canarios, primero despacio, para ir aumentando el tono y el ritmo en progresión aritmética. No se movía, solamente emitía el pío, pío, cada vez más alto, cada vez más rápido. Y a la vez se comenzaba a hinchar, como un globo. Hasta que llegó un momento en que la jaula se le quedó pequeña y explotó dejando un rastro de plumitas amarillas que quedaron suspendidas en el aire, pegadas a los azulejos y moviéndose lentamente hasta aterrizar en el suelo.

Se quedó hipnotizado observando el espectáculo de serpentinas plumosas y de repente reparó en que el frasco de Haloperidol Prodes estaba vacío.

Llevaba una semana sin tomar su medicación.