martes, 14 de febrero de 2023

DÍA DE LOS ENAMORADOS

 


—¿Le pongo un lazo?
—Vale…
—¿Rojo?
—Sí…

Asintió con la cabeza y le indicó que pusiera todo lo que desease, lazos, tarjetas y corazones. Salió de la floristería con un ramo enorme de rosas y escuchó a su espalda.

—¡Pero qué ven mis ojos! ¡Jamás me lo hubiera imaginado!— Y risas de mujeres mayores. Mayores como él, como sus mujer, como medio barrio…
—Ya ves, Valentina… El día de los enamorados…

Y se alejó sonriendo.

Valentina, vecina y amiga, se había quedado viuda recientemente. Desde que Vicente faltaba, ya nunca jugaban a las cartas los sábados por la tarde, ni tomaban el aperitivo juntos. Como Marisa, siempre había sido ama de casa, mujer de su marido y madre abnegada. Pero desde que se quedó viuda se le había soltado el resorte de “fémina liberada”, como lo llamaba él con mucho retintín. Ella paseaba por las tardes con un grupito de separadas y viudas, hacía Pilates, ya no se quedaba con los nietos para que sus hijos saliesen los fines de semana, solos, ni preparaba las paellas de los domingos para poder ver a los niños.

Y sí, él nunca había tenido el más mínimo detalle con su mujer, jamás le había comprado un regalo, siempre lo hacía ella, “con mi dinero”, decía él cuando su hija se lo echaba en cara, “con el dinero de los dos”, aclaraba Marisa con una sonrisa amable.

Porque Marisa nunca se quejó, jamás le puso un mal gesto, era la calma personificada y tan, tan buena persona que él siempre la había tomado por tonta.

Hasta que hacía un par de meses había discutido con su hija, a voces. La niña había sacado la mala leche de la abuela, la paterna, que era inaguantable, y le recordó que él se había jubilado mientras ella seguía haciendo prácticamente lo mismo que hacía desde que se habían casado, tener la casa como los chorros del oro, la comida dispuesta primorosamente, la despensa llena y ahorrarle un dineral en cuidadoras, chachas, cocineras y asesores fiscales, porque sería tonta, pero le hacía la declaración de la renta. Que él sería todo un señor fiscal del estado, un dios en su profesión, pero en su casa era un ser soberbio e irritante, egoísta, clasista, machista y todos los “istas” que se le ocurrieron.

“Es una cabrona”, pensó mientras elegía las rosas más caras, “pero tiene razón”. Y salió de la floristería un poco más alegre porque la chica de la tienda le había dicho que ojalá sus padres se hubiesen querido tanto después de cincuenta años de matrimonio.