domingo, 22 de diciembre de 2019

JUAN JIMÉNEZ DE ANDRADE



A Juanito le parieron en un taxi. Su mamá, que parecía tan fina y delicada, tan de buena familia y que cuando la casaron con el niño de los Jiménez de Andrade, parecía que no le entraba una polla, parió como una vaca, con una rapidez inaudita para una primeriza y asistida por el taxista –que conducía como si fuese a ganar el rally de Montecarlo– y un guardia de la circulación, que tenía la intención de multar al loco al volante, pero que, sin comerlo ni beberlo, se vio en el papel de comadrona. El flamante papá, sentado en el bordillo de la acera, lloraba y moqueaba como un pazguato. 

Juan padre y Juan hijo crecieron escuchando la retahíla de don Fermín, que clamaba al cielo porque no había visto en su puñetera vida hombres tan endebles, tan indolentes y tan lacios. No soportaba la flojera corporal en un hombre, la espiritual la odiaba, pero que los lánguidos fuesen su hijo y su nieto, le comían los demonios. 

lunes, 16 de diciembre de 2019

LAS HERMANAS WARREN



Isabel, Guadalupe y Montaña nacieron a la vera del río Jerte. Su madre, hija única del panadero de Tornavacas, se lió la manta a la cabeza y marchó con un músico callejero para deambular de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad y ser feliz. 
La única condición que le pusieron sus padres fue que los hijos que nacieran se los entregasen, para darles una educación cristiana, un techo donde guarecerse y un plato de comida diario. 
Guadalupe volvía a la casa familiar para dar a luz y, tras unos pocos meses, dejaba a la recién nacida con sus padres para volver a la vida errática de vagabunda. 
Ellos nunca lo comprendieron, pero decidieron tragar los sapos que fuesen necesarios para que sus nietas no se criaran en la calle, como los mendigos. 
Las tres hermanas crecieron flacas, como todos los niños de aquélla época de penuria y escasez, y altas, muy altas, tan altas que en el pueblo las llamaban “las espingardas”. 
Su padre aparecía por la casa en Navidades y les adiestraba con los instrumentos que les iba regalando, para que no olvidaran sus enseñanzas. A la abuela le ponía enferma verle por en medio, siempre ocioso, siempre de buen humor y su risa de lunático le irritaba hasta el punto de hacerle enfermar, tanto, que cuando Montaña cumplió los tres años murió de una subida de la presión arterial, antes de la víspera de Reyes. El abuelo se negó a que las niñas volviesen con los padres, pero tras una pelea en la que llegaron a las manos, Guadalupe se fue con sus tres niñas y el hombre que la había conducido a la mala vida. 
El abuelo nunca se recuperó del disgusto y tras varios días sin dar señales de vida, los vecinos lo encontraron ahorcado en el desván. 

lunes, 9 de diciembre de 2019

NATI



Natividad Blanco y Catalina Jiménez de Andrade se hicieron amigas en parvulitos. Sin saber cómo ni porqué se cogieron la manita el primer día, en el recreo y nunca más se separaron. 

Aprendieron juntas a leer, pasaban casi todo el verano en la Sierra y Nati fue la primera en conocer la verdadera identidad de su amiga, era la hija de una hippie de Ibiza. 

Fue un gran secreto que casi nadie supo jamás. Las niñas escucharon por accidente, una conversación telefónica mientras estaban escondidas bajo la mesa camilla del cuarto de estar, esperando a que el primo de Cati las encontrase. 
La abuela Catalina hablaba en susurros, pero pudieron entender que el abuelo Fermín había volado a Ibiza para traerse a María, la ingrata de la hija pequeña, que era hippie y había perdido la custodia de “la nena” por su mala cabeza. Y estaba muy malita, por lo que la iban ingresar en el Sanatorio del Rosario, porque las monjitas eran amables, cariñosas y –sobre todo– muy prudentes. 
Cati le preguntó esa noche a su abuela, pero ella puso cara de peroquemestascontando y se levantó a subir el volumen del “Un, dos, tres”; salía la calabaza en ese momento y fue un motivo estupendo para cambiar de conversación. 
Pero cuando el abuelo llegó a los dos días y la niña le preguntó que dónde estaba la ingrata de su hija pequeña, no supo cómo reaccionar y acabó llevándola a ver a su madre. 
Cati juró sobre el misal de su primera comunión que nunca, jamás hablaría con nadie sobre lo que iba a ver en el hospital. Pero ella ya se lo había contado a Nati, así que el juramento, a posteriori, no valía y esa noche durmió tranquila porque no iba a ir al infierno por mentir. 
Solamente vio a su madre una vez y casi ni se acordaba de su cara. Estaba tapada hasta la barbilla, con los ojos cerrados y no pudieron entrar en la habitación porque tenía una enfermedad infecciosa. Así que olvidó la visión a través de la ventanita de la puerta y solamente volvió a recordarlo la tarde que encontró el diario de su madre, oculto bajo llave en el despacho de la casa de la sierra. 
Leyó todo el legado que le había dejado y descubrió que la llamaba Amanecer, pero sus abuelos la habían bautizado Catalina cuando la recobraron del mundo extravagante y salvaje de la comuna. 

lunes, 2 de diciembre de 2019

FLORINDA




Cuando a Juanita Flores su madre le llevó a ver el circo, la niña recuperó el habla. Hasta ese día pensaron que era retrasada, porque la noche que presenció cómo unos falangistas se llevaban a su padre, entre gritos y guantazos, se hizo pis de miedo y no pudo volver a hablar. Tenía tres años y su limitado vocabulario no pasaba de papá, mamá, nene y caca. 
Sus padres no estaban casados por la iglesia. Vivían en lo que, tras el final de la maldita guerra, se definió como “amancebamiento”. Cuando la madre de Juanita le comunicó que se había quedado embarazada, Juan Flores, alcalde socialista, se divorció de su primera mujer. 

Al acabar la guerra los matrimonios civiles se anularon, igual que los divorcios, por lo que Juan Flores, escondido en el doble fondo de un armario, desde que los nacionales ocuparon su pueblo a finales del año 38, volvió a estar casado con su primera mujer, que no se había recuperado del ataque de cuernos desde que, con toda la prudencia de la que fue capaz, su marido le pidió el divorcio. 

Gracias a la Ley de Responsabilidades Políticas, Juan Flores fue condenado a muerte y tras un riguroso registro, le sacaron a hostias de su escondrijo de topo y fue fusilado al amanecer contra la tapia del cementerio. 
Juanita era una niña arisca y salvaje. Tanto ella como su madre estuvieron señaladas y purgaron sus pecados, ser pareja e hija de un rojo, de por vida. La madre tuvo que soportar ser insultada, vejada y vilipendiada por el resto de sus vecinos. Tuvo que humillarse a cambio de un chusco de pan para alimentar a su hija, que creció escuchando la profunda letanía, noche tras noche, de que algún día la tortilla se daría la vuelta y sería ella la que mataría a los vecinos con sus propias manos.