lunes, 21 de abril de 2014

Cien años de Soledad


Con la muerte de García Márquez he rescatado —yo también le pego al tsundoku— uno de los ejemplares que guardo de “Cien años de Soledad”.
Reconozco que me he rendido a la tecnología y me resulta mucho más cómodo leer en el iPad. Pero no puedo evitar acumular libros en papel. Tocar, pasar páginas, el “olor a resma y a tinta” como dice mi —ahora sí— amigo José Manuel, era algo que casi tenía olvidado y que he vuelto a sentir, a pesar de mis achaques de señora mayor.


Porque mi padre, como los padres de Katixa, tenía la buena costumbre de comprar libros, almacenarlos en estanterías y ¡leerlos! Y esos buenos ejemplos, como la hermosura, si que se pegan.
Y como perdí la cuenta de las veces que he leído LA NOVELA, la retomé. Y como todas la veces que lo he hecho me ha vuelto a sorprender el hielo, como al Aureliano niño, he visto llover flores, ascender al cielo, en cuerpo y alma, a Remedios la Bella y he recordado que mi María la Puñales miraba a través de las cosas y las personas como los diecisiete Aurelianos. Y que sus primeras palabras no fueron ni papá ni mamá, sino un “va a llover” que dejó petrificada a su madre, mientras pelaba patatas en una mañana de un mes de julio caluroso y sin nubes y que desató la tormenta más grande jamás vista, esa misma noche, en las chabolas de su barrio, inundando caminos y estancias.
Porque mi María es… ¿Se podría inventar un término que definiera a los personajes de García Márquez? Si fuese así, María la Puñales sería un personaje “macondiano”, desde el humilde respeto, reverencia y homenaje que me produce mi escritor de cabecera.
Gabriel José de la Concordia García Márquez




No hay comentarios:

Publicar un comentario