sábado, 9 de octubre de 2021

EL CUADRO DEL COMEDOR

Estuvo colgado de la pared del comedor, siempre. Y nunca tuvo importancia. Era como las galletas del desayuno, el plátano de la merienda o la tortillita francesa de la cena. Estaba tan unido a sus infancias que cuando murieron los padres y le tocó en el lote número dos no supo muy bien qué hacer con él.

No es feo, pero tampoco bonito. Original sí. Las pinceladas a espátula le dan un aire de modernez sesentera. Trazos firmes de quien sabe del oficio, aunque el suyo era otro y –según le contó su padre– ilegal, por eso lo había pintado en los talleres de la cárcel de Alcalá.

Está en el salón y cuando alguna vez lo mira, no puede evitar entrecerrar los ojos y escuchar la voz del padre contando esa batallita a la que nunca prestó atención y que, ahora, añora hasta hacer que las lágrimas acudan a sus ojos.

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