domingo, 26 de enero de 2020

JEZABEL



Maribel y Max Kaufmann nunca fueron pareja. Él andaba loquito por la contorsionista, pero era tan tímido y reservado que cuando se acostaron por primera vez, ella pensó que ni siquiera le gustaba. 

A Isabel Ortega Gil sus padres biológicos nunca la llamaron Maribel ni le pusieron nombre artístico alguno. Se dedicó al espectáculo circense, como ellos. Pertenecieron al Circo Parish, cuando había dejado de llamarse Price y continuaron hasta que se fusionó con el Circo Americano y retomó su antiguo nombre; hasta que, en el año 36, fue destruido por un bombardeo y la familia Ortega comenzó su periplo por calles y pueblos, malviviendo, malcomiendo y huyendo de conflictos que nada tenían que ver con ellos. 

Una noche que dormían al raso, madre e hija fueron violadas. Maribel era una niña y archivó ese suceso terrible en una parte escondida de su cerebro y vivió muchos años con pesadillas. Mientras eran forzadas su padre intentaba soltarse de los brazos que le habían inmovilizado, mientras gritaba y pedía auxilio. 

Nunca supieron quiénes habían sido los autores de la agresión y la madre de Maribel –al descubrir que estaba embarazada– se lanzó por un precipicio y murió en el acto. 

Padre e hija deambularon meses por pueblos y ciudades destruidas sin dirigirse la palabra, hasta que un buen día se dieron de frente con el germen del Circo Marchetti y Andrea, tras conocer la terrible historia que Jesús Ortega le confesó al calor de una hoguera y la cordialidad de la botella de aguardiente, decidió adoptar a la niña. 
Maribel, como su madre, era una preciosidad. Y como la madre, era capaz de doblarse de manera inverosímil, mientras cantaba o recitaba. Juan Blázquez, alias Andrea Marchetti, decidió que se llamaría Jezabel y comenzó a actuar siendo una niña, por las calles de los pueblos que aún no se habían recuperado de los bombardeos y batallas. 

Con el paso del tiempo las huellas de la guerra se fueron borrando, las casas se remozaban, se levantaban nuevos edificios, las personas seguían con sus vidas. Pero la sombra del dolor latía, aunque a veces apenas fuera perceptible, en los corazones de las buenas gentes que lo habían perdido todo por culpa de algo intangible, por la cerrazón de alguien tan lejano que parecía parte del atrezzo de un espectáculo extraño e inverosímil. Jesús Ortega no pudo con el dolor que le impedía muchas noches respirar y decidió seguir a su mujer y abandonar el mundo que le era tan distante. Su hija quedaba en buenas manos y él no pintaba nada ya. 
La niña Maribel enterró a su padre biológico entre alaridos y lloró hasta que vació su espíritu, expulsó la mala sangre que se había solidificado, arrojó el trauma lejos de sí, curó su alma y olvidó el daño que unas sombras le habían causado. 
Andrea Marchetti y Annunciata Rinaldi, criaron a su niña adoptada con todo su amor. Ella les procuró la felicidad que creían que ya nunca iban a tener y formaron una bella familia. 
Jezabel floreció con el circo. Los buenos tiempos, los días felices, llegaron de la mano y la niña se convirtió en una linda señorita que levantaba pasiones por donde pasaban. Muchos hombres se acercaban, acabado el espectáculo, a la zona de los artistas, para cortejar a la linda joven. Ella sonreía mientras cortaba las esperanzas de sus admiradores de raíz. Nunca dejó un mínimo resquicio para que pudiesen ni siquiera soñar con tenerla entre sus brazos. Tenía miedo a los hombres y la idea de un mínimo acercamiento le ponía los pelos de punta. 
Su madre lo sabía y no tenía ni idea de cómo actuar. Intuía que con el hombre adecuado su hija acabaría por olvidar la terrible agresión. Pero... ¿dónde estaba ese hombre? Ella no lo sabía. Y como lo desconocía mimaba a su niña querida, la peinaba con amor mientras cantaban boleros, le ayudaba en los cambios de vestuario, intentaba hacerle la vida más fácil. 
Pero la niña Jezabel andaba enamoriscada y nadie lo sabía. Y el objeto de su amor platónico era el payaso Alajos, el hermano pequeño de los Kovacs. Ella lo mantenía en secreto porque él no demostraba el más mínimo interés. 
Paco, el payaso Alajos, tenía ese porte que no se aprende ni se imita. Aunque –por edad– casi podía ser el padre de Maribel, parecía mucho más joven. Era muy alto, de rasgos elegantes y distinguidos y con una prestancia y ademanes que delataban su origen burgués. Efectivamente tanto Paco como Nicolás procedían de una familia acomodada madrileña, sin embargo eran comunistas. El hermano mayor era médico al comenzar la guerra y –con la rendición del ejército rojo– fue condenado a muerte y su título ya no valía nada en esos días oscuros, de represión y fusilamientos bajo la pantomima de los juicios sumarísimos. Paco era estudiante y al finalizar la guerra se camufló bajo el disfraz de payaso y, junto a su hermano, se unió al circo con su antiguo jefe, el comandante Juan Blázquez. Desde ese escondrijo perfecto siguieron luchando contra el fascismo, porque en realidad formaban parte del maquis español. 
Jezabel lo supo cuando unas navidades acamparon en un pueblo de la sierra de Madrid y su padre le confesó, tras escuchar todos los días y a todas horas, las quejas de su hija, porque nadie entendía qué pintaban allí con un frío que congelaba las piedras. Y cuando se enteró de por qué estaban acampados en Guadarrama y quienes eran en realidad Paco, Nicolás y su padre, se enamoró más aún de su payaso, de su príncipe justiciero, del héroe con zapatones y cara pintada; era enamoradiza y romántica y no pudo evitar inventarse una historia como las del cine. 
Unos pocos años antes, en ese mismo pueblo de la sierra, una payasa se unió al duo y formaron un trio. La contorsionista pensó, en un primer momento, que lo eran en consecuencia y que follaban los tres. Pero Florinda, le sacó de su error la mañana que ambas lavaban la ropa y la tendían al sol tímido del invierno. Ella le confesó que había sido pareja de Nicolás y que Paco era maricón y andaba liado con el chino. Por algún motivo que nadie supo jamás, la payasa se enteraba de todo, conocía los secretos más íntimos de sus compañeros y –como estaba como una puta cabra– era muy peligrosa. 

Las tardes que no tenían actuación, solían reunirse en torno al carromato de las Chicas Warren, las hermanas componentes de la orquesta de señoritas. Eran tres mujeres risueñas y generosas que no dudaban en compartir sus pocas pertenencias con quien lo necesitase. Eran la alegría de la huerta y su “ceremonia del té de las cinco” no era más que una simple excusa para reunirse en torno a una mesa con comida y mucha, mucha bebida. No era extraño que acabasen a las tantas de la madrugada, entre risas, canciones, palmas y bailes. El gitano Umberto se arrancaba por soleás, alegrías y sevillanas y era un espectáculo verle bailar, tan flaco, tan negro y con unos ojos de loco que provocaban a la vez risa y pavor. El chino solía acompañarle en los bailes y las palmas, aunque parecía muy serio y arrastraba la tristeza infinita del niño expósito, con cuatro copitas de orujo se ponía muy gracioso y contaba unos chistes buenísimos. 
Los que apenas se integraban eran los trapecistas. Los hermanos Kaufmann habían llegado, casi a la par que Jezabel, de la lejana Alemania. Eran sobrinos de Andrea Marchetti, hijos de su hermana Rosalía Blázquez, casada con un judío alemán, un joyero berlinés que vio cómo los jóvenes de las SA y sus propios vecinos, destrozaban los escaparates de su establecimiento, pintaban una Estrella de David en la puerta y colgaban un cartel donde se avisaba: “Alemanes defiéndanse, no compren a los judíos”, corría el año 38 y Rosalía se puso en contacto con su hermano porque se estaban llevando a los judíos a campos de concentración y se temía lo peor, no por ella, sino por sus tres hijos, que aunque no practicaban la religión y tenían aspecto ario, la sangre del padre y el negocio delataban su procedencia. Juan Blázquez aún no era Andrea y le pidió a su hermana que aguantase en Alemania, porque aquí la guerra estaba prácticamente perdida y el panorama era tan inquietante como en el país de Hitler. 
Tras la invasión de la Unión Soviética, Rosalía huyó, con el poco dinero que pudo reunir, a Francia, tras varios días sin tener noticias de su marido. Le habían detenido por la calle, le habían subido a un camión y nada más se supo de él, hasta que acabada la guerra, formó parte de las listas de judíos gaseados en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau. 
A través de la resistencia francesa contactaron con su tío que organizó el viaje a España. Rosalía decidió volver a Alemania a buscar a su marido y recuperar su negocio, pero murió de tuberculosis antes de que acabasen los juicios de Nuremberg. 
Los tres hermanos, Judith, Otto y Max habían sido campeones de gimnasia y su tío les convirtió en los mejores trapecistas de España. 
Eran como tres dioses griegos. Altos, rubios de ojos azules, nadie hubiese pensado que tenían sangre judía. Aunque hablaban perfecto español, apenas se relacionaban con el resto de la farándula. Habían pasado tanto miedo en los últimos años que no se fiaban de nadie. Se pasaban la mayor parte del tiempo ensayando y perfeccionando una técnica que era casi perfecta. Cuando el Circo Marchetti llegó a su máximo apogeo y era casi tan famoso como el Price, el Americano o el Atlas, sus trapecistas eran los mejores y casi tan famosos como Pinito del Oro. 
Max, el hermano pequeño, suspiraba en silencio por la contorsionista. Como Umberto, el gitano que hacía las veces de fakir, no podían disimular su amor por la pelirroja. Maribel ya había cumplido los treinta, pero seguía pareciendo una niña, y aún no "conocía varón" aunque no era virgen. 
Tras la confesión de Florinda decidió olvidarse de Paco, si le gustaban los hombres ella poco podía hacer al respecto, por lo que comenzó a mirar al alemán con otros ojos. El caso es que el chico era un bombón, pero muy tímido y tan educado que a veces exasperaba a todo bicho viviente; y la contorsionista se preguntó, una noche de palmas y aguardiente en el carromato de las Warren, que por qué no le ponía ojitos al alemán, que ya estaba bien de encogerse cada vez que un hombre le daba los buenos días o le hablaba acercándose un poco. 
Le preguntó a Brenda, la mediana, qué pensaba al respecto y ella, con esa risa estrepitosa y esa manera de hablar que no daba pie al más mínimo equívoco, le espetó, “ya estás tardando, nena, o vas tú o voy yo, que el rubito está para mojar pan”. 
Y Jezabel, disimulando la terrible vergüenza, se acercó a Max y, ofreciéndole un vasito de ron, le dijo cuánto le gustaba. 
Por la mañana temprano se despertó sobresaltada. Alguien se peleaba fuera y se asomó en combinación y vio espantada como Max y el gitano rodaban por la nieve, entre insultos y puñetazos. 
Ella se puso a gritar que parasen, que de quien estaba realmente enamorada era de Alajos, que dejasen de hacer el imbécil, que no quería a ninguno de los dos. Y se desgañitó hasta quedarse afónica. 
Paco la escuchaba desde su cama. Había vuelto de madrugada con su hermano y con Andrea, bajo un temporal de nieve, tras abortar la misión que les había llevado a la sierra. Y él había llegado tan enfermo que su hermano y el chino habían estado toda la noche a su lado, intentando bajarle la fiebre y acompañarle en su agonía, mientras el resto de la troupe cantaba, bebía y daba palmas, ajenos a la tragedia cercana. 
Esa misma mañana salieron hacia Madrid. Paco murió por el camino, abrazado a la payasa Florinda. 
Los días posteriores esperaron en un descampado del barrio de San Pascual, mientras Andrea hacía las gestiones para actuar por San Isidro al lado de la plaza de toros de Las Ventas. 
Mientras, preparaban números nuevos y pasaban el duelo por la muerte de su querido compañero, cada uno como podía. 
Florinda preparaba tartas, con una alegría y un júbilo que resultaban tan absurdos como irritantes. En especial para Nicolás, que no podía soportar a su antigua amante. 

–Ha firmado un contrato con el Price, por eso está tan contenta. 

–Me da igual, Maribel, debería tener un poco de consideración hacia el resto de nosotros, sobre todo hacía mí. Pero qué puedes esperar de una tipa que ha sido capaz de abandonar a sus cinco hijos…
–¿En serio? ¿Es eso cierto?
–Si. Me lo contó Paco. Es una puta trastornada. No tiene remedio. Me daba pena. Antes, ahora es que no puedo soportarla.
–¿La quisiste?
–¿A Juanita? No, que va. Me recordó a mi novia y no pude evitar ver su reflejo en ella…


Y Nicolás le contó a la pelirroja la historia terrible de su amor, que también se llamaba Isabel, como ella, víctima –como ella– de la espantosa violencia de la puta guerra, que mataba a los hombres y violaba a las mujeres. Pero su novia no lo pudo soportar y su mente volvió a la niñez, donde quedó estancada para siempre. Ni siquiera le reconoció cuando fue a visitarla al campamento donde se escondía con sus tíos. 

Maribel le estrechó ambas manos. Había algo de Paco en él y supo en ese instante que amaba a Nicolás. Acercó sus labios y se besaron despacio. Ella sintió el ardor de la pasión, el calor de la excitación, se dio cuenta de que no estaba muerta por dentro, que sentía como cualquier mujer y esa noche hizo el amor, de verdad, por primera vez en su vida. 



A los pocos días, al amanecer, el circo al completo fue detenido. Les llevaron a la DGS y cuando subían a Nicolás al furgón, esposado, le gritó a Maribel que le olvidase y que rehiciese su vida. Ella, negando con la cabeza, lanzó un beso al aire. 
La payasa Florinda les había delatado. Conocía las verdaderas identidades de Juan y Nicolás. Y cuando comenzó a trabajar en el Circo Price, bajo sospecha por las matinales que aglutinaban a la progresía rojeras de Madrid, su mente calenturienta creyó que el comisario que la visitaba andaba enamorado de ella. Se fue de la lengua porque, nunca se supo cómo, conocía la verdadera historia de sus antiguos compañeros. 
La noche anterior a la redada en el circo, Umberto se había enterado de que habían sido delatados. No perdió el tiempo con Florinda, la visitó para asustarla, pero a quien quería matar era al comisario Conesa, que salió ileso y le disparó tres tiros por la espalda al gitano que murió en el acto. 
Nicolás y Juan fueron condenados por terrorismo y cumplieron condena en Carabanchel, junto a Marcelino Camacho, José Luis López de Lacalle y Simón Sánchez Montero, en la famosa Sexta Galería. 

Maribel y el resto de sus compañeros fueron puestos en libertad y ella no solo no olvidó a su amor, si no que removió Roma con Santiago para poder visitarle. La primera vez que Nicolás la vio en la sala de comunicación la regañó e insistió en que hiciese su vida, era joven y él no iba a salir de allí en muchos años. 
Los trapecistas firmaron un contrato incomparable con los Ringling Brothers y marcharon a Estados Unidos, felices de abandonar un país que nunca amaron. 
Annunziata Rinaldi vendió lo que pudo del antiguo circo y abrió una academia de baile y canto junto a su hija y las chicas Warren, que aún a día de hoy, sigue funcionando. 

El día que Nicolás de la Fuente López era puesto en libertad y salía por la puerta de la prisión de Carabanchel, la sonrisa de Jezabel hizo palidecer al sol y el antiguo payaso, casi un anciano, sintió que su corazón se aceleraba como el de un jovencito de veinte años.

8 comentarios:

  1. Preciosa la historia, a pesar de la tragedia narrada. Me ha encantado!

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  2. Me encanta Jezabel, en nombre y la historia, parece que la conozaca de toda la vida!!!
    Como trasmites Ana, Enhorabuena!!!

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  3. ¿Cómo no sentir lo deliciosa que es Jezabel? Parece que la conoces de toda la vida. ¡Que bien trasmites Ana!
    Gracias por esta nueva familia del circo

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    1. Gracias a ti por darte un garbeo virtual por el blog. Esto no sería nada sin vosotros. Besos y abrazos apretaos.

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  4. Fantástico gracias . Qué cabeza tienes¡¡¡

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    1. Gracias a ti por darte un garbeo por el blog. Abrazos y besos virtuales amigo desconocido ;-)

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