No fue fácil confesar que era gay a su familia. Pero era algo tan evidente que se sorprendió con la sorpresa de su padre que se quedó sin palabras, pero literalmente, porque no volvió a abrir la boca hasta el día de su muerte en que sollozó que qué cruz, su único hijo y maricón.
Así que emigró a la Barcelona del Paralelo. Brindó con champán cuando murió el dictador, se manifestó vestido de mujer, acompañó a su pareja -el famoso escritor aspirante a Nobel– hasta la muerte, enfermo de SIDA y colgó, todos los años de su vida, la bandera arcoíris de su balcón.
Se juró que nunca perdonaría la intransigencia paterna. Y cuando murió su padre, el mismo año que derogaron la Ley de Vagos y Maleantes, acudió a su entierro vestido sobriamente con traje y corbata, un bombín en la cabeza y la cara tapada con una enorme manzana alegórica, patriarcal y delirante.
Genial!!!
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