jueves, 1 de julio de 2021

FEDERICO



No fue fácil confesar que era gay a su familia. Pero era algo tan evidente que se sorprendió con la sorpresa de su padre que se quedó sin palabras, pero literalmente, porque no volvió a abrir la boca hasta el día de su muerte en que sollozó que qué cruz, su único hijo y maricón.

Habría sido más fácil si hubiese sido hijo de un payés o un obrero de cualquier fábrica, pero lo era del juez de instrucción de Girona y cada vez que lo detenían, por obra y gracia de “La Gandula” él se enteraba.

Así que emigró a la Barcelona del Paralelo. Brindó con champán cuando murió el dictador, se manifestó vestido de mujer, acompañó a su pareja -el famoso escritor aspirante a Nobel– hasta la muerte, enfermo de SIDA y colgó, todos los años de su vida, la bandera arcoíris de su balcón.

Se juró que nunca perdonaría la intransigencia paterna. Y cuando murió su padre, el mismo año que derogaron la Ley de Vagos y Maleantes, acudió a su entierro vestido sobriamente con traje y corbata, un bombín en la cabeza y la cara tapada con una enorme manzana alegórica, patriarcal y delirante.

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