Le habían enviado, junto a la solicitud de amistad de Facebook, un mensaje. “Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo”.
Husmeó en el perfil de Carlos Valerón Smith y sintió que la magdalena de Proust se le atragantaba como tantas otras veces. Se preguntó qué había ocurrido. La distancia, muy a su pesar, había sido el olvido. Y la desmemoria su infelicidad.
Husmeó en el perfil de Carlos Valerón Smith y sintió que la magdalena de Proust se le atragantaba como tantas otras veces. Se preguntó qué había ocurrido. La distancia, muy a su pesar, había sido el olvido. Y la desmemoria su infelicidad.
Rememoró los días apacibles de primavera, cuando quedaban después de las clases y se tumbaban al sol, tan juntos que parecían una sola persona, con certeza de que nada ni nadie podría separarlos y la convicción de que estaban en posesión de la verdad absoluta.
Carlos ahora era un pintor famoso. Seguía teniendo ese porte bohemio, atractivo y majestuoso que la enamoró treinta años antes.
Le había enviado el mensaje un 14 de abril. Seguramente no era casualidad.
Lo eliminó y bloqueó su perfil.
No hay comentarios:
Publicar un comentario