jueves, 14 de julio de 2022

LOS OJOS DE MI PADRE



Iba conduciendo de camino al trabajo y en la radio escuchó la canción de Eric Clapton. Tarareó sin darse cuenta el estribillo: “That´s when I need my father’s eyes” y se puso a llorar.

Casi no había cumplido seis años, cuando reparó en la mirada crítica de su padre. No había aprendido a nadar, le daba pánico el agua y le apuntaron al cursillo veraniego en la piscina de su urbanización.

Era el niño gordito de la pandilla de perdedores, donde le habían aceptado como a uno más. El más torpe, el que siempre se caía del patinete y al que se le salía la cadena de la bici a perpetuidad. Y era consciente de que eso mismo le revolvía las tripas al padre, que había soñado con un “heredero” alto y espigado como él.

Era el único hijo de su segundo matrimonio y tenía dos hermanas mayores que se llevaban a matar con papá. Y no lo podía entender, porque él le adoraba. Haría lo que fuese para contentarle, para que se sintiese orgulloso, para arrancarle una sonrisa de corroboración, por muy pequeña que fuese. Por eso mismo, aunque vomitase a escondidas de puro nervio, se empeñaba en aplicarse en nadar, pero el pánico le superaba y todos los días, mientras su padre observaba desde la sombra haciendo que leía el ABC, lloraba en silencio, disimulando, tiritando, castañeteando los dientes, mientras gotas de lágrimas resbalaban por su barriguita blanda de niño gordo y su amiguita, la niña sin padres que no le gustaba a los suyos, le apretaba la mano con fuerza sin mirarle.

miércoles, 1 de junio de 2022

REFRANES




No era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño. No era la imagen de su cara aterrorizada antes de morir, ni la de sus ojos suplicantes, ni siquiera el contacto de las manos atenazando sus muñecas, fuerte al principio, para aflojar la presión según la vida se le escapaba. No soñaba con ella. Apenas recordaba la vida a su lado, los diez años de amor incondicional que ella había traicionado por un capricho, una extravagancia, un desvarío... a su edad...

No, no era el remordimiento lo que le impedía conciliar el sueño porque había consumado el crimen perfecto. Lo que no le dejaba dormir era la ira y el coraje de haberse enterado de la infidelidad de su mujer el último. Como en los refranes.

domingo, 13 de marzo de 2022

LATIR




Jaime abandonó el hospital cuando la primavera comenzaba a pintar de colores las macetas de su terraza. Veinte días antes, cuando recibieron la ansiada llamada, las aceras aún conservaban restos de la gran nevada que había paralizado Madrid.

Cuando despertó en la UVI, intubado, rodeado de cables, muerto de frío y con un miedo atroz, lo primero que vieron sus ojos fue a su mujer y su hija mayor, con bata y gorro quirúrgicos y una sonrisa que se salía de las mascarillas por los lados, por arriba y por abajo, una sonrisa que a ellas les humedecía los ojos y a él le hacía palpitar el nuevo corazón que brincaba en su pecho como un pajarito.

A pocos kilómetros de distancia, siguiendo la primera salida a la autovía donde estaba su hospital, Marian fumaba un cigarrillo tras otro, mientras miraba cómo su jardín se marchitaba. Este año no tenía los ánimos suficientes para ir al vivero y cargar el maletero de plantas que alegrasen la vereda del camino a casa, a la casa que se había quedado en silencio por la culpa de un conductor borracho que, en un adelantamiento suicida, se había llevado por delante sus sueños y proyectos, al amor de su vida y padre de los hijos que ya no estaban con ella.

Lo único que le consolaba era que otra persona cobijaba el corazón que tanto amó.





sábado, 12 de febrero de 2022

DESPEJAR LA INCÓGNITA




Había que despejar la incógnita. Uno de ellos era el delator y las miradas acusatorias encizañaban, más si cabe, la situación.

Los sonidos de la noche inquietaban al centinela. Al raso, los peligros eran incalculables y saber que estaban en manos de un confidente no le tranquilizaba en absoluto.

De los nueve hombres que formaban el grupo de maquis acampados en Medina Sidonia, tres eran españoles. De los otros seis, dos tenían la nacionalidad francesa, otro había nacido en Orán, uno era un yanki que había luchado en las Brigadas Internacionales y se había quedado en España por amor y dos polacos, que no se sabía muy bien de dónde habían salido.

Todos pensaron en el americano, pero, a día de hoy no había pruebas que lo incriminasen. Además era periodista y estaba escribiendo una novela, evidentemente era de letras, imposible su implicación.

Uno de los polacos intentó convencerles de que “las matemáticas no mienten” y explicó, mediante una ecuación, que solamente podía haber tres delatores.

De los tres españoles, el más bestia, Aitor Arismendi, le arreó un culatazo en el cogote y lo dejó inconsciente, a la vez que bramaba, “¡despejada la puta incógnita y me cago en Pitágoras, en Tales de Mileto y en los números primos!”.

viernes, 19 de noviembre de 2021

PRIMERA PERSONA DEL SINGULAR



No pudo superar las cinco etapas. Ella permanecía en la segunda. Estaba cabreada, muy cabreada y no podía soportar la alegría ajena. Se le acentuó el ceño y no toleraba que otros menos jóvenes, menos guapos y menos listos que él siguiesen vivos.

Lo que más le enfadaba era no haber podido despedirse del hombre de su vida, el único que supo comprender sus filias, sus fobias. El único capaz de tener la paciencia suficiente para esperar el momento oportuno, dejar que todo fluyese y que la vida, la puta vida, fuese más fácil.

Intentó, aconsejada por una amiga psicóloga, poner negro sobre blanco lo que sentía. La escritura era su fuerte, pero solamente pudo contar otras historias, de otras mujeres que nada tenían que ver con ella. Y se asentó en esa fase del duelo de la que ya pensaba que nunca podría salir, creyó que sería patológico y siguió viviendo a medias.

Y una noche, cuando ya fue capaz de salir con amigos, conoció a Marta. 

Era un poco más joven que ella y acababa de ser mamá. Era su primera salida en muchos años y de madrugada, cuando ya apenas quedaba gente bebiendo y riendo, le confesó que su primera pareja había fallecido. 

Se sentaron en la terraza, pidieron la última cerveza y, mientras todos volvían a casa, el horizonte comenzaba a clarear y se escuchaban los primeros trinos de los pájaros, ellas dos emprendieron el camino hacia la catarsis.

Marta había vivido la enfermedad, corta, pero intensa, cruel e implacable, de su pareja de apenas treinta años. Ella le dijo que la envidiaba porque al menos le quedaba el resquicio de la despedida, la oportunidad del adiós, la certeza de que él se había ido sabiéndose, sintiéndose, amado. Que no había muerto solo, desangrándose en una carretera comarcal, mientras desconocidos miraban esperando la llegada de la ambulancia.

Y Marta le contestó que ella hubiese preferido el beso de despedida de la mañana, la promesa de un “nos vemos esta noche, ¿salimos a cenar?” Y que todo hubiese sido rápido e inesperado, porque, al fin de cuentas ellos sabían cuanto les querían, el amor se demuestra, no hace falta repetirlo día tras día y, sobre todo, ella hubiese preferido no ver el deterioro y el estrago de la enfermedad. 

Lloraron. Llevaban años sin hacerlo y las lágrimas mitigaron ese dolor que se había arraigado –como una mala hierba– en sus corazones y no dejaba respirar, sentir, amar y ser las personas que habían sido antes. 

Y llegó a su casa y abrió el ordenador. Y escribió palabra tras palabra, la noche en la que él había muerto. Narró cómo y qué había sucedido. 

Cambió nombres, ciudades, protagonistas. Lo incluyó en una novela y nadie supo que estaba hablando en primer persona del singular.




jueves, 21 de octubre de 2021

COLORÍN COLORADO…





Colorín colorado este cuento se ha acabado. Y protestábamos, queríamos más, pero la tía Mercedes nos mandaba callar poniéndose un dedo en los labios y nos decía que la niñas buenas se duermen pronto, que si nos portábamos bien habría más la noche siguiente. Y nos tapábamos con el embozo hasta la nariz, cerrando los ojos fuerte y con la sonrisa aún dibujada en la cara. Porque cuando ella estaba, sabíamos que todas las noches habría un cuento maravilloso, largo y desconocido. 

Pero eso ocurría muy pocas veces, porque tras unas pocas semanas ella se iba a su casa, muy lejos, tan lejos que tenía que ir en avión, y ya nadie nos contaba cuentos antes de dormir.

sábado, 9 de octubre de 2021

EL CUADRO DEL COMEDOR

Estuvo colgado de la pared del comedor, siempre. Y nunca tuvo importancia. Era como las galletas del desayuno, el plátano de la merienda o la tortillita francesa de la cena. Estaba tan unido a sus infancias que cuando murieron los padres y le tocó en el lote número dos no supo muy bien qué hacer con él.

No es feo, pero tampoco bonito. Original sí. Las pinceladas a espátula le dan un aire de modernez sesentera. Trazos firmes de quien sabe del oficio, aunque el suyo era otro y –según le contó su padre– ilegal, por eso lo había pintado en los talleres de la cárcel de Alcalá.

Está en el salón y cuando alguna vez lo mira, no puede evitar entrecerrar los ojos y escuchar la voz del padre contando esa batallita a la que nunca prestó atención y que, ahora, añora hasta hacer que las lágrimas acudan a sus ojos.

lunes, 6 de septiembre de 2021

INICIO, NUDO Y DESENLACE



No, no es fácil escribir, escribir una novela, meterte en la piel de personajes que has construido, que has hecho evolucionar y que han vivido contigo al menos dos años de tu vida, el tiempo que has dedicado –en cuerpo y, sobre todo, en alma– a la creación de un inicio, de un nudo y de un desenlace que sean creíbles, visuales y sonoros.

No, no es fácil. Y es muy complicado encontrar a alguien que quiera publicar esa historia porque ha confiado en tu trabajo. Sí, es un trabajo, no es un pasatiempo, no es un hueco donde echar horas muertas. Quien lo dice no tiene ni idea o –peor aún– sí la tiene y prefiere ningunear algo por lo que se lucha por pura pasión. Y seamos claros, no todo el mundo tiene la capacidad de crear, por supuesto que hay un mucho de técnica y aprendizaje, pero lo otro, el arte, no se aprende. Y, a veces, eso molesta.

Afortunadamente, siempre hay quien sabe lo que haces, cómo lo haces y te aplaude. Porque es que si no, apaga y vámonos.

miércoles, 25 de agosto de 2021

PRIMAVERA



Se recompuso al salir del portal. Todas las semanas acudía a un terapeuta, un eminente psicólogo clínico que pasaba consulta en el barrio de Salamanca y, sí, costaba un pastizal, pero lo pagaba su ex, era uno de los acuerdos del divorcio y eligió el más caro.

Ese jueves había tocado fondo, se rompió por dentro y por fuera, lloró por sus padres muertos a los que no había atendido como debía, que no se merecieron, al final de sus vidas, esa falta de empatía a sus desvelos, al sacrificio infinito, a la abnegación más absoluta, para que ella estudiase, se formase y no fuese una indocumentada como ellos.

Lloró por el hijo que no llegó a nacer porque le venía muy mal, en ese momento crucial para su carrera, ser madre.

Y sobre todo, lloró lágrimas amargas de pura soberbia porque no podía soportar que su marido se hubiese fijado, se hubiese simplemente atrevido a poner los ojos, en otra. Otra más joven, más guapa y, probablemente, mejor persona que ella.

No quería volver al despacho aún, estaba a un par de manzanas y paseó hasta El Retiro, se compró un helado –olvidando por un momento la dieta eterna– y se sentó en un banco.

La primavera acababa de estallar en los prados y los árboles, esparciendo flores multicolores en el paisaje, oscuro hasta hacía un par de días. Era como un pequeño milagro y se dijo que ella también podía resucitar de entre los muertos y no hundirse en la miseria por un pequeño tropiezo. Al fin y al cabo todas sus amigas también estaban separadas. No era la tragedia que su madre profetizaba, recordándole que un marido como el suyo era un tesoro que había que cuidar todos los días, que antes o después ese bendito acabaría marchándose dando un portazo, como así ocurrió.

Sonrió mientras daba el último mordisco al cucurucho. Su madre era una antigua. La habían educado para “servir y proteger”, como decía su padre con mucha guasa. Y así había sido. Su vida había discurrido entre el cuidado de sus padres, de sus hijos y de su marido, en la pobreza, en la enfermedad y en la vejez. Siempre entregada a los demás sin pensar, ni un segundo de su triste existencia, en ella.

Y total, ¿para qué? Para acabar muriendo sola en una residencia, atendida por desconocidos que la limpiaban y cuidaban de forma aséptica, como a una más.

Y tampoco es que su matrimonio hubiese sido un camino de rosas. Cuando llegaron a viejos sus padres comenzaron a discutir como nunca lo habían hecho antes, se volvieron absolutamente insoportables, decían palabrotas y papá, cuando andaba con los parches de morfina, se cagaba en dios.

Entonces reparó en una pareja de ancianos que estaban sentados en el banco de enfrente. Parecía que la estaban observando, pero pronto reparó que su mirada la traspasaba y se perdía en el infinito. Llevaban mucho tiempo sentados uno junto a otro, sin hablar, sin mirarse, como extraños. “Para acabar así mejor estar sola” pensó. Y entonces, como si hubiesen leído sus pensamientos se miraron, sonrieron y los ojos irradiaron una felicidad y una conexión que ella no había conocido jamás. Se dieron la mano, se levantaron y comenzaron a caminar, despacito, con esos andares de viejo que a ella le exasperaban, pero que en ese momento envidió hasta el punto de sentir dolor físico y se perdieron de vista tras un seto florido.

Volvió a llorar y se sintió más sola que nunca.

miércoles, 18 de agosto de 2021

JIM, TOM Y HARRIET



Jim y Tom se arrastraban, literalmente, al porche todas las mañanas. Pasaban el día meciéndose en la hamaca, haciendo chirriar, acompasadamente, los ejes del balancín. A mediodía, cuando el sol recalentaba el tejado de cinz y era insoportable permanecer en la casa, Harriet se unía, tras depositar la bandeja con el almuerzo en una mesita a la sombra.

Los tres hermanos miraban el horizonte polvoriento y anaranjado con los ojos empañados por el velo de las cataratas. Eran viejos, huesudos y consumidos por los años terribles, el trabajo esclavo y la vida atroz en los campos de algodón.

Apenas hablaban, simplemente contemplaban el paisaje desolado y solamente, a ultima hora de la tarde, cuando la ciudad despertaba y se dirigía al río para deleitarse con el frescor de la brisa vespertina, ellos dejaban de balancearse, Tom se armaba con el violín, Jim desplegaba su pequeño acordeón y Harriet, con la tabla de lavar, entonaba los cantos de trabajo que había aprendido de su madre y de su abuela. Canciones que le enseñaron para no olvidar su origen africano, libre y feliz. Letras repetitivas para marcar el ritmo mientras sus dedos se volvían de cuero duro en la recogida del algodón. Sones que informaban, con unos códigos que los capataces desconocían, del esclavo huido. Melodías que no eran sino una cadena de solidaridad.

Y todas las noches Harriet cantaba, con la voz rota, mientras los paseantes apenas le prestaban atención.

jueves, 12 de agosto de 2021

GIRASOLES

 


A veces los problemas no unen los matrimonios. A veces los tiempos inciertos, los dilemas y la rectitud hacen zozobrar el amor hasta anegarlo.

Llegó al que había sido su hogar arrastrando los pies, porque le pesaba tanto el alma que no podía soportar la visión de su morada usurpada por los vencedores.
No solo había perdido la guerra, su casa y sus tierras, su mujer no quiso ni verle, no se atrevió a mirarle a los ojos y se escondió cuando le dijeron que llegaba.

“Tierra de olvido y de llantos de soldado”, musitaba entre dientes, mientras deambulaba entre los campos de girasoles que pertenecieron a su familia. Ahora estaban devastados, el sol no hacía girar las flores redondas, la tierra se había teñido con la sangre de los inocentes y la ciudad aún permanecía destruida después de todos los años que él había pasado lejos en un campo de concentración, tras habérsele conmutado –no estaba muy seguro del porqué– una pena de muerte.

Ella miraba desolada tras las persianas de la cocina donde ahora trabajaba. Tragaba lágrimas amargas mientras contemplaba lo que quedaba del cuerpo que tanto había amado y no se atrevió a salirle al paso, a abrazarle, a estrecharse en el abrazo amoroso que ambos anhelaban.

Le quiso tanto que no dudó en venderse a cambio de su vida.

viernes, 23 de julio de 2021

MATAMALA & TABLAJERO

Todos lo veían venir, era algo anunciado y no por ello les pilló por sorpresa. Que la carnicería y la pescadería compartiesen fachada tenía que acabar mal. Y así fue.

Benito Tablajero heredó el negocio familiar. “De casta le viene al galgo”, reía su padre –el otro Benito– restregándose las manos ensangrentadas en el delantal a rayas verdes y negras, mientras algún moscardón revoloteaba por la carnicería.
Benito hijo entró a trabajar nada más acabar la mili y retiró, varios años después, a los padres que ya se merecían un descanso y marcharon a vivir al piso de Benidorm, como dos marqueses.

Por aquella época los Matamala tuvieron que malvender muchos de sus inmuebles y el local pegado a la carnicería se lo quedó Paco, el pequeño, que junto a su mujer, inauguró “La Central” una coqueta pescadería que recordaba a las de Madrid, con sus azulejos azul ultramar y un mostrador con forma de barco donde el pescado brillaba esplendoroso, entre hielo picado y hojas de helechos.
Los Matamala y los Tablajero comenzaron a mirarse de reojo, a espiar los negocios y a anunciar a grito pelado que en la tienda del vecino la peste atraía a gatos, ratas o insectos.

La mujer de Benito, apodada “la ternera”, comenzó a blandir el pulverizador de DDT a todas horas. Cuando entraba algún cliente, cada vez más escaso, hacía sonar el “flis” no vaya a ser que algún moscardón veraniego apareciese de improviso y tuviese que dar la razón a la bruja de la pescadera –que era mala con avaricia– y no soportaba que ella pareciese una alemana grandota y de buen pellizcar, no como ella, una canija teñida de rubio con menos carnes que un guiso de alambre.

Las parroquianas murmuraban que la carne a veces olía y que igual iba a ser cierto lo que berreaba “el rape”, como habían bautizado a la mujer de Paco Matamala, que lucía delantales impecables, blancos como la nieve y ribeteados de lindas puntillas que cosía con esmero y siempre iba peinada con un moño “arriba España” y se pintaba los labios de rosa fucsia. Pero aún así, la cara, espejo del alma, como decía la mujer de Benito, era lo más parecido al sabroso pescado.

La guerra soterrada espantó a los parroquianos, que con tal de no escuchar los improperios que se lanzaban, sobre todo las mujeres, preferían esperar al vendedor ambulante de los sábados y los negocios comenzaron a deslucir.

El pescado, antes brillante y vivaz, reposaba, lánguido, entre el hielo aguado y las hojas –ahora– de plástico. 
Y era cierto que algunos días olía. Por las noches la peste salía de la trasera del local y muchos gatos visitaban el callejón ante la incertidumbre de los dueños que no se explicaban el porqué.
Pero la carnicería de Benito no iba mucho mejor. El Flit ya no hacía efecto y negras moscas, gordas como su mujer, atacaban al pobre incauto que se adentraba en la tienda, casi siempre para comprar algo de ultima hora.

La tensión acabó una mañana de sábado, cuando el vendedor ambulante tuvo la desfachatez de anunciar por el megáfono su llegada y aparcar, con toda su pachorra, en la única sombra, a la puerta de ambos negocios.
“El rape” no pudo más y blandiendo una pescadilla bombón salió a la acera desgreñada y berreando improperios. Pero “la ternera” no se arredró lo más mínimo y armada con el “flin” remató al pobre vendedor, que no volvió a aparecer por el pueblo.

Seis meses después se inauguró un supermercado de los modernos, con cestas para los clientes y dos cajas registradoras donde pagaban lo que ellos habían cogido de las estanterías, sin tener que esperar a que alguien los despachase, sin hacer cola ni preguntar quién daba la vez.
El rape reinaba en una y la ternera en la contigua.

Sus maridos, mientras, tomaban vinos en la tasca, la única del pueblo, que veía peligrar su gobierno en solitario ante la inminente inauguración de un “pub” de estilo inglés, en su misma acera, puerta con puerta.

jueves, 1 de julio de 2021

FEDERICO



No fue fácil confesar que era gay a su familia. Pero era algo tan evidente que se sorprendió con la sorpresa de su padre que se quedó sin palabras, pero literalmente, porque no volvió a abrir la boca hasta el día de su muerte en que sollozó que qué cruz, su único hijo y maricón.

Habría sido más fácil si hubiese sido hijo de un payés o un obrero de cualquier fábrica, pero lo era del juez de instrucción de Girona y cada vez que lo detenían, por obra y gracia de “La Gandula” él se enteraba.

Así que emigró a la Barcelona del Paralelo. Brindó con champán cuando murió el dictador, se manifestó vestido de mujer, acompañó a su pareja -el famoso escritor aspirante a Nobel– hasta la muerte, enfermo de SIDA y colgó, todos los años de su vida, la bandera arcoíris de su balcón.

Se juró que nunca perdonaría la intransigencia paterna. Y cuando murió su padre, el mismo año que derogaron la Ley de Vagos y Maleantes, acudió a su entierro vestido sobriamente con traje y corbata, un bombín en la cabeza y la cara tapada con una enorme manzana alegórica, patriarcal y delirante.

lunes, 14 de junio de 2021

NOSOTROS, VOSOTROS Y ELLOS





Llegué el domingo. A la playa, a mi playa.

Como todos los años, en el acceso a la entrada, el cayuco bocabajo da la bienvenida a los veraneantes para recordarnos la suerte que hemos tenido por nacer en el primer mundo, en el de la prosperidad, la comida abundante, el agua potable y los derechos humanos consolidados.

A lo largo de Zahora, mientras paseas por la orilla, se pueden ver restos de pateras que llegaron algún día, repletas de gente con padres, parejas, hijos… desesperada. Porque no puede haber mayor desesperación que la que empuja a alguien a echarse al mar sabiendo que solamente puede perder lo único que tiene, la vida. Una vida que en su país vale muy poco.

Este año alguien ha pintado el cayuco. Siluetas negras piden ayuda con los brazos levantados y los ojos enormes, aterrados, a punto de ser engullidas por el mar azul, apacible, vacacional, curativo y relajante.
Algunas son más grandes que otras. Y las pequeñitas, aferradas a su mamá, o su papá, piden auxilio y me recuerdan lo injusto que es nacer en algunos lugares.

Abro Twitter y veo la fotografía de miles de personas en Colón, apropiándose de la bandera de mi país, agitándola como si fuese solamente suya.
Y contemplo estupefacta un señor, o señora –no lo sé ni tengo ganas de averiguarlo– disfrazado con una cabeza de toro, plagiando al americano desquiciado, con mi bandera al cuello y varias pegatinas repartidas por su cuerpo, en las que se puede leer: “¡¡¡Stop invasión!!! DefiendeEspaña”.

No quiero ver nada más.

Entro en el agua, templada, apacible, vacacional, curativa y sedante. Recuerdo que estoy nadando en un cementerio y pienso que cuánto hijo de puta sobra en este mundo.

sábado, 3 de abril de 2021

SEMANA SANTA 1977




Habían pasado tres días desde el Domingo de Ramos y él estaba desaparecido en combate. Estuvimos juntos en el entierro de los abogados de Atocha y desde aquel día fatídico nuestra relación pasó de amigos a amantes. Yo solamente tenía dieciséis años y apenas sabía de la vida y la lucha de clases. A mi padre no le gustaba nada “el niño comunista de los marqueses” y yo hacia bien en esconder nuestra relación. El Viernes Santo apareció por mi calle. En aquellos tiempos la Semana Santa de Valladolid era un sindiós de procesiones, mantillas, música sacra y bares cerrados.

Me dijo que debería estar atenta, que el sábado “pasaría algo”. Y así fue, el Sábado de Gloria, Alejo García interrumpe la programación -insulsa en ese día santo- de RNE para anunciar, entre jadeos, que el PCE había sido legalizado.

Salí a la calle como una loca para gritar “Viva la República” pero no había ni Dios...

sábado, 14 de noviembre de 2020

MARILYN MORROS




Salió de casa sin portazo, sin voces, sin despeinarse. Se llevó la maleta roja y desapareció. Ella –sentada en la butaquita del despacho–, aún no se había repuesto del sofocón, cuando él tomaba el primer tren, sin saber qué destino llevaba.
Quería poner tierra de por medio, pero con ese maldito carácter y esa noción del honor trasnochada que le habían inculcado en casa, no supo hacer otra cosa que poner trampas para que ella las descubriera. Dejó señuelos, falsas pistas para precipitar su salida de aquella casa que ya le hastiaba. 
No podía dejarla sin más. Debía darle motivos. Y se los inventó. 

El primer paso era despertar sospechas. Infundadas, si, pero tenía que levantar una liebre inexistente.
Ella era buena, decente y confiada. No lo pilló enseguida.
Primero dejó el ordenador abierto, con correos de otra mujer que él mismo se había enviado. Pero ni los miró. 
Después dejó una camisa en el cesto con restos de carmín, pero ella no le dio importancia, incluso le comentó lo que le había costado quitar la mancha del pintalabios, que fuese más cuidadoso la próxima vez.
Pero a la tercera cayó como un mirlo. Y no fue con intención, creía que ella no daría importancia a que bajase la maleta del altillo y la ocultase bajo la cama con un poco de ropa para pirarse en cualquier momento. 

Ella era buena, decente, confiada y murió sin saber por qué su marido escondía unas plataformas del 44, una peluca rubio platino y un conjunto de lentejuelas tan exiguo como sus orgasmos.

martes, 10 de noviembre de 2020

Entrevista en Ser Madrid Sierra.




Siempre es un placer y un honor que Luís de la Calle me entreviste en la SER. Hoy hemos hablado de mi última novela, "Vega" publicada por Editorial Onuba.

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lunes, 19 de octubre de 2020

LA ESQUINA QUE FUE LA ALEGRÍA DE MADRID




Isak Dinesen tenía una granja en África. Yo un bar de copas. 

El StrawberryFields fue parte de la historia de la movida madrileña. El “Antro de Mala Muerte” que dio título a la canción del grupo de moda de los ochenta. El local mítico donde, una noche, Eric Clapton subió al escenario y cantó –junto al guitarrista aficionado el día de la jamsession– un Layla “unplugged” que puso los vellos de punta a los cuatro gatos que quedábamos a las tantas, y la fotografía que publiqué en Facebook fue portada de El País Semanal

Todo eran alegrías y alharacas hasta que llegó la crisis. Y con la primera crisis, los controles de alcoholemia y la prohibición de fumar, mi bar comenzó a deslizarse hacia un descenso, lento e inexorable, que anunciaba un cierre, lejano al principio, inminente con la segunda. La crisis definitiva.

Pero hasta para echar el cerrojo, fuimos originales. Organizamos una fiesta de despedida, la StrawberryFieldsForever de la que aún, a día de hoy, conocidos y extraños hablan. Y yo, que no acabo de rendirme, sigo jugando a la lotería y soñando con dar vida al local que languidece, cerrado a cal y canto, en la esquina que fue la alegría de Madrid.

domingo, 11 de octubre de 2020

BENIGNA MANSEDUMBRE




Benigna Mansedumbre era lo que se esperaba de ella. Casó joven y virgen con el hijo del boticario y eso, en su familia, era una señal de que los malos tiempos habían llegado a su fin.
En el pueblo las cosas eran como eran. Los ricos en su lugar, los pobres en el suyo. Que el chico de don Pelayo bebiese los vientos por la del mulero no era lo habitual, pero los padres no pusieron ningún obstáculo al casamiento, porque aunque la familia de ella no era precisamente de relumbre, la chica era guapa, hacendosa y decente.

Benigna creció escuchando susurrar a sus padres, sin comprender las frases a medias y las miradas cómplices. Sabía que era la hija pequeña y que sus hermanos mayores habían desaparecido tras la guerra. A veces preguntaba, pero siempre la mandaban callar y supo de sus hermanos cuando ya nadie les añoraba. 

Cuando marchó a vivir con su marido, su madre le cosió un ajuar sencillo pero digno, le explicó brevemente qué se esperaba de ella y le conminó a callar delante de su suegro y a obedecer sin rechistar a su suegra.

lunes, 28 de septiembre de 2020

VEGA




“Era una apacible tarde de septiembre, la vendimia había finalizado y el curso acababa de comenzar. Tas la resaca de las fiestas, el pueblo se quedaba algo triste, pero ese año aún más, porque una de las hijas de Pascual había desaparecido sin dejar rastro.”
Tras el hallazgo del cadáver de la niña desaparecida en las fiestas de su pueblo, Ana Gómez comienza el relato de su vida, que tendrá una extraña implicación en la resolución de los crímenes que –durante décadas– no dejan de inquietar a los habitantes de la comarca.
Hija de Angelita “La Rápida”, una de las asesinas más famosas de los sesenta, Ana Gómez ve la luz en la cárcel de Yeserías, donde su madre cumple condena por el envenenamiento de su marido, crimen que ella no cometió. 
Ana, cuenta en primera persona la historia de su familia, de cómo sus bisabuelos llegaron al Madrid de la Restauración Borbónica, huyendo de la pobreza, para malvivir en la ciudad. 
La historia del abuelo Ángel, el maestro republicano fusilado en la guerra civil y de cómo su madre y su abuela salen adelante, a duras penas, en los años terribles de la posguerra.
Vega de Tajo es un pueblo pequeño, que debe su nombre al río que lo abraza y que se convierte en un lugar de culto tras la película que logra un Oscar, en los ochenta, sobre la vida de la madre y la abuela de Ana.
Sin embargo, durante todo el relato, se van sucediendo varios crímenes. “El que las adolescentes siempre desapareciesen en fiestas parecía el guion de una novela negra barata, …” Que se resolverá, como casi siempre ocurre, por una simple y pura casualidad.
“Vega” es la tercera novela de una “saga” que comienza con “Yo Nací en Yeserías” y que cierra el círculo en esta historia sobre la amistad, la dignidad, la mala suerte y la felicidad.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

UN BEBÉ EN BRAZOS



Hay cosas que nunca se olvidan, como coger a un recién nacido. 
Cuando has sido madre, un bebé en brazos es revivir sentimientos que, por lejanos, estaban relegados a ese rincón de tu mente donde las canciones infantiles han permanecido, susurrando las letras para que las recordases veintitantos años después. Hay cosas que nunca se olvidan. 
Y cuando quieres, intentas, pruebas a poner blanco sobre negro eso, el momento preciso donde un bebé en brazos se convierte en tu propio hijo, en el olor a pan recién hecho, en el temblor casi imperceptible de un corazón pequeñito que late como un pajarillo, el tacto vivo y el peso mínimo, eso mismo, se te escapa de entre los dedos, como el agua de lluvia. Y el teclado permanece mudo. 
No hay palabras para describir el instante fugaz de una alegría renovada, conocida y largamente esperada. La felicidad son esos pequeños momentos de luz y de amor, porque hay cosas que nunca se olvidan. Afortunadamente. 

viernes, 28 de agosto de 2020

LAS DOS ESTRELLAS



Su padre era el mayor de los hermanos y fue el último en morir. Tras cinco semanas en la UCI la pandemia se lo llevó, como a los otros cuatro. Tuvieron que esperar para el entierro y no hubo funeral. Para Estrella era un alivio, porque los ritos religiosos a los que le habían obligado a asistir en su niñez le provocaban desazón y taquicardia. 

Ella era la oveja negra de la familia. Hija y nieta de abogados, fue la única que no siguió la senda familiar. Se matriculó en derecho por imposición paterna, pero en tercero tanta ley, tanto derecho romano, tanta mandanga infame se le indigestó y decidió que lo de la danza no iba a ser un hobby, como le habían indicado en su casa, una casa buena, de gente bien, de familia acomodada en barrio céntrico y piso en chaflán. 
Había salido perroflauta, su padre lo bramaba a los cuatro vientos, su madre no podía evitar el tic en el ojo, recurrente a cada conflicto casero y sus tres hermanos mayores se mofaban llamándola Isadora Duncan.
La única que la había apoyado, cuando dio el campanazo y dijo que dejaba derecho, fue su abuela. Ya estaba mayor y nunca se la había tomado en serio. Estrella debía su nombre a la imposición paterna, porque a su madre le hubiese gustado llamarla María Angustias, como ella, pero por fortuna la voz masculina era la que decidía en esa santa casa. Y la nieta se llamó como su abuela y se parecieron tanto que a su padre, a veces, le daba miedo.

jueves, 6 de agosto de 2020

HOGAR, DULCE HOGAR



Hacía calor, mucho calor, tanto que las plantas de los pies sentían el ardor del alquitrán a través de las sandalias planas que quemaban como el fuego.

Caminaba por la carretera esteparia, desierta, sin árboles ni sombras, ningún cristiano con dos dedos de frente se atrevería a salir de casa a esas horas, con un sol de justicia africano, abrasador, que derretía el asfalto y hacía temblar, con sus vapores malignos, la imagen terrorífica del campo agostado. 

De repente escuchó, a lo lejos, un sonido amigo. Una moto. Su moto. El ronroneo del motor desperezó el canto de un pájaro dormido. Y su corazón.
Imaginó la escena tras su portazo. Él, compungido, sin saber qué hacer. Desesperado. ¿Qué haría sin ella? ¿Podría vivir solo? Él dando vueltas por la salita, como perro enjaulado, como una bestia nerviosa. Porque era un auténtico animal. Se lo habían dicho por activa y por pasiva, pero no escuchó, no quiso hacer caso de murmuraciones celosas. Pero lo acababa de experimentar en su primera pelea. Antes de llegar a las manos, ella huyó, con lo puesto, con sus sandalias planas y la bata de estar en casa, la bata que antes que ella vistieron su madre, su abuela, su tía...

Y cuando él llegó a su altura, sin mediar palabra, sin mirarla siquiera, le lanzó un bolsón de viaje pesado y repleto, con sus cosas. Dio media vuelta y volvió a casa. A la casa de ambos. El hogar que ella imaginó, en su loca cabecita, feliz.

miércoles, 15 de julio de 2020

SEGISMUNDO



Se lo había propuesto y lo consiguió. Desde siempre su refugio habían sido los cines de su barrio. 

El quinto hermano, el que fue confundido con el principio de la menopausia por su madre, fue el niño gordito de su clase, el que estaba siempre solo en el recreo. La diana de las burlas en casa y en la calle, el eterno solitario que se transformaba, en la oscuridad de los cines de la infancia y adolescencia, en el protagonista venerado por las vampiresas que sucumbían a su encantadora sonrisa.

Creció amando a sus heroínas de la pantalla y despreciando a las de carne y hueso. Y cuando cumplió la mayoría de edad se hizo una promesa que consumó cuando murió la madre que cuidó con cariño hasta que la muerte los separó. 

Esa tarde paseó solo, pero acompañado. Lauren Bacall le dedicó, desde su estrella en el 1724 de Vine Street, una medio sonrisa mientras ladeaba el sombrero y le indicaba el camino hacia la de Humphrey, en el mismo Hollywood Boulevard. 

Clark fumaba mientras Vivien levantaba el puño en su juramento inmortal contra la puesta de sol y Judy entrechocaba sus chapines rojos buscando el camino a casa. 

Greta, la divina, su primer amor, la que estimuló sus inicios sexuales en solitario, lucía su cuerpo maravilloso con el vestido de lamé ajustado de Mata Hari, para volver a hechizarle, pero él, que era un caballero y las prefería rubias, dejó para último lugar la visita estrella, de las estrellas de la fama. Y Marilyn le vio acercarse a lo lejos y dejó volar, de nuevo, la falda de su vestido blanco con el viento del atardecer.

Toda su vida había sido, era y sería siempre, sueño.

jueves, 23 de abril de 2020

#14DEABRIL (30 AÑOS DESPUÉS)

Le habían enviado, junto a la solicitud de amistad de Facebook, un mensaje. “Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo”. 
Husmeó en el perfil de Carlos Valerón Smith y sintió que la magdalena de Proust se le atragantaba como tantas otras veces. Se preguntó qué había ocurrido. La distancia, muy a su pesar, había sido el olvido. Y la desmemoria su infelicidad. 

Rememoró los días apacibles de primavera, cuando quedaban después de las clases y se tumbaban al sol, tan juntos que parecían una sola persona, con certeza de que nada ni nadie podría separarlos y la convicción de que estaban en posesión de la verdad absoluta.

Carlos ahora era un pintor famoso. Seguía teniendo ese porte bohemio, atractivo y majestuoso que la enamoró treinta años antes.

Le había enviado el mensaje un 14 de abril. Seguramente no era casualidad. 

Lo eliminó y bloqueó su perfil.

miércoles, 22 de abril de 2020

LA SOMBRA

Salió del portal y se recompuso. 
Las dos horas de consulta semanal con su psiquiatra, obligada por la familia de su difunto, le perturbaban.
Pero no se había salido del guión. Actuó a la perfección. No había relatado su infancia entre las colas del Monte de Piedad y las de cartillas de racionamiento, ni siquiera la pesada carga de la sentencia a muerte de su padre. No mencionó que los misterios dolorosos del matrimonio para ella fueron gozosos y gloriosos. Ocultó que se había enriquecido a costa del negocio de sus suegros y que había ingresado el dinero en una cuenta a nombre de las niñas para que ellas si lograsen ser lo que ella nunca pudo.
Había engañado a todos, menos a su sombra, que reflejaba quién era en realidad. 


domingo, 19 de abril de 2020

UNA DE POLICÍAS



El comisario Ian McPerson apuró el brebaje espeso del vaso de papel, llevaba cuatro cafés y no eran ni las once de la mañana. Su ayudante, el pelirrojo John Keepers le acababa de confirmar, cariacontecido, el resultado de la autopsia de la chica asesinada en el Club de la Calle 54. Estaba embarazada.

–Me temo que estamos ante un nuevo caso de cornamenta conyugal. Este oficio se está reduciendo a trabajo de huelebraguetas.
–Señor, ¿usted cree que la asesina es la esposa?
–Podría ser…

A media tarde visitaron a Belinda Waters, O’Brien de soltera, que los recibió en el elegante saloncito azul, donde se disponía a tomar el té.
En el giradiscos sollozaba una melodía irlandesa y la evocación de bosques húmedos, líquenes y musgos, entornó los ojos del comisario que recordó su infancia, tan lejana y oscura como una novela de Dickens. 
La señora Waters era la esposa de Mike Waters, un empresario de la noche neoyorkina, cincuentón y mujeriego, que –se comentaba– tenía estrechos lazos con la mafia local.
Mientras los tres removían el líquido de sus finas tazas de porcelana, el comisario pensó en voz alta que qué costumbre tan extraña, la de dar vueltas al agua caliente con una cucharita, a las cinco de la tarde. 
Belinda preguntó amablemente que a qué se debía la visita y el comisario le respondió, con una cortesía inusual en un hombre tan adusto, que si no se lo imaginaba.

“Tienen todos los papeles de una novela negra” –sonrió– “la mujer fatal, el hombre de negocios corrupto, el comisario solitario. Pero les falta el asesino, porque –no se equivoquen– yo no tengo nada que ver con el crimen.”

martes, 14 de abril de 2020

14 DE ABRIL




Aquel día también llovía. Corríamos por calles empedradas, a lo lejos sonaban campanas de la catedral y buscábamos algún sitio para guarecernos. 

Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo. Tú me preguntaste,”¿Sabes qué día que es hoy?” Y yo sonreí porque, aunque entonces todo estaba prohibido, en mi facultad habíamos cantado un himno ilegal por la mañana.

Saqué una bandera tricolor que colgamos en lo alto de la Torre de Bujaco y mientras la policía nos gritaba que nos detuviésemos, nos besamos. Echaste a correr hacía la Plaza de San Jorge y yo a la Escuela de Aparejadores.

Como hoy, era 14 de Abril.

viernes, 10 de abril de 2020

BESOS, SOL Y HORMIGAS



Tumbados en una manta después de comer. El sol en lo más alto, redondo, amarillo, en esa estación en la que aún no buscamos la sombra. Los pajaritos cantan, a veces las nubes nos recuerdan que aún no estamos en verano y cuando abres los ojos, tienes la sensación de que han estado cubiertos de arena. Sonido de agua, lo suficientemente lejos para no preocuparnos por los niños. 

Me dices que no entiendes cómo no quiero mudarme a vivir al campo. Te contesto que ni muerta. Reímos y me quejo de las hormigas que comienzan a invadir el improvisado comedor y huyen cargadas con trocitos de patatas y migas de pan. 

Un niño se ha caído y llora. Levántate tú que me da pereza. Sana, sanita, culito de rana. Besito de mamá que lo cura todo. 

Poned la tapa a la Nocilla que se está llenando esto de avispas. Niños, venid a que os ponga protección solar. Qué exagerada eres con las cremas, déjales que tomen el sol, que es bueno para sintetizar la vitamina D. Pero es que se queman, que han salido a mi…
Risas de nuevo. Qué bien se está aquí, qué pereza volver a Madrid. La caravana…

¿Lo ves? Si nos mudásemos a la sierra no tendríamos ese problema. Estamos tirando el dinero pagando el alquiler…
Ni loca me voy yo a la sierra.
Bueno… ya veremos…
Si, ya veremos. El próximo fin de semana vamos a ver una casa. 
Yo no.
Tú si.
Risas.
Besos, sol y más hormigas.

lunes, 23 de marzo de 2020

AMINA



Abro el grifo para lavarme las manos por enésima vez en este día raro, ya van diez de confinamiento forzoso, y mientras oigo el fluir del agua limpia, no puedo evitar el primer recuerdo de mi infancia.

Había estado jugando con mi prima a hacer pastelitos con barro y cuando llegué a mi choza me lavé las manos con un poco de agua. Mi madre, al ver lo que estaba haciendo, entró en cólera y comenzó a pegarme y a gritar. Vinieron mis tías y la llevaron a su camastro, porque estaba a punto de dar a luz y no le convenía llevarse ese berrinche.

Me dejaron sin cenar, aunque mi abuela, que se acostaba conmigo, me llevó -a escondidas– un trozo de muufo. Me levantaron al amanecer y acompañé a mis tías al pozo para recoger agua. Andamos kilómetros y esperamos en fila para llenar nuestros bidones. Entonces comprendí a mi madre.

En mi poblado solo quedábamos mujeres, viejos y niños. Mi padre y mis tíos habían marchado tres meses antes a Europa. Mi madre dio a luz a un niño muerto y a los pocos días nos pusimos en marcha para embarcar en una patera y reunirnos con ellos.

Al llegar al litoral, después de meses caminando, mi hermano pequeño se puso enfermo y durante la travesía no cesaba de llorar. Pasamos muchísimo frío y al divisar la costa muchos se lanzaron al agua, haciendo que la patera volcase. 

No sé cómo llegué a la playa. Sola. Gritaba el nombre de mi madre y de mi hermano, pero no los encontré.

Me llevaron a un centro de acogida para menores no acompañados y no sé donde están.

Cada vez que me lavo las manos pienso en ellos, en el milagro de un grifo del que mana agua limpia. Y lloro.

viernes, 13 de marzo de 2020

LA PANDEMIA



Cerraron las fronteras, los colegios, los centros de día para los mayores, cualquier acto público con más de mil personas –al principio– pero el ratio fue disminuyendo hasta dejarlo en veinticinco. 

La gente acaparaba comida y papel higiénico y ya no compraba en los chinos, porque eran ellos los “culpables”. Pero luego lo fueron los italianos y semanas después, nosotros. No nos dejaban viajar a ningún país porque les contagiábamos.

Llegó el día que se suspendieron las Fallas y la Semana Santa y nos aconsejaron no salir de casa. Pero la recomendación se convirtió en restricción con una orden legislativa de carácter urgente, por la que se permitía, a las fuerzas del orden y seguridad del estado, abrir fuego contra la población desobediente.

Murieron los abuelos, los enfermos con patologías previas y más tarde las personas con mala salud, las mujeres maltratadas a manos de sus maridos hartos de no ver otra cara en todo el día y los hijos respondones porque sus padres –histéricos– no podían compaginar el teletrabajo y el cuidado de sus niños.

Nueve meses después se decretó el fin de la pandemia y una nueva población, sana, salió a la calle y respiró – con ojos demenciados– el aire purificado tras meses de inactividad.

lunes, 17 de febrero de 2020

EL RETRUÉCANOS



–¡Alex! ¡Alex! Baja a desayunar.
–…
–¡Alejandroooooooooo!
–Voooooooy…


El adolescente entró en la cocina con cara de sueño.

–Son más de las diez, quedamos en que estos tres días que estás expulsado te levantarías a las siete a estudiar. Que me he cogido días de asuntos propios para vigilarte y no me vas a tomar el pelo. Por cierto, ¿qué demonios hacías anoche con la luz encendida a las tantas? ¿No te habrás enganchado a la wifi del vecino para jugar al Fortnite ese?
–¡Qué dices! Si también ha cambiado la clave–el adolescente sonrió con picardía– estoy más aislado que Robinson Crusoe…
–¿Y por qué tenías dada la luz?
–Estuve leyendo y no podía dejarlo.
–¿Leyendo?
–Leyendo
–¿Un libro?
–Si mamá, eso que tiene tapas y hojas de papel, numeradas y que la abuela pasa de pantalla chupándose el dedo.
–Alucino…
–Es que hay un capítulo que me recordó a papá y a ti. Cuando el pavo se va para los molinos pensando que son gigantes y el otro menda le dice que lo está flipando. Me recordó cuando papá movilizó a medio vecindario contra el banco por lo de las cláusulas suelo y tú le decías que luchaba contra los gigantes y toda esa movida. Es que sois como ellos, me parto…
–¿Has estado leyendo El Quijote?
–Si…
–Hijo de mi vida, si te pusieras en serio sacarías hasta buenas notas, eres muy inteligente, no entiendo porqué te empeñas en parecer tonto, en enfrentarte a tus profesores, en no hacer lo que se te manda…
–El de lengua es un puto facha retrógrado, homófono y machista, mamá. Yo no me puedo quedar callado cuando está ridiculizando a Fátima porque lleva velo y casi no habla nuestro idioma. Lo siento mamá, tengo razón y lo sabes.
–El mote se lo pusiste tú, ¿verdad?
–Si.
–El Retruécanos…


Ambos rieron a carcajadas.

–Mami ¿me haces un colacao?
–¿Con grumitos?
–Chi.

lunes, 10 de febrero de 2020

HALOPERIDOL PRODES



Odiaba a los pájaros y especialmente al canario de su abuela, que todas las mañanas le recibía en la cocina con un pío extraño, con voz aguardentosa, mientras le miraba con el ceño fruncido y la cabeza hundida entre las alas. Se parecía a Marlon Brando, algo tan extraño e inusual para un canario como el tono de su piar.

Unas semanas antes le había abierto la jaula para que escapase de su cárcel. El canario revoloteó nervioso y se asomó a la puertecita, mirando a ambos lados, desconfiado, dio tres saltitos, revoloteó en la terraza de la cocina y volvió a su prisión, a su pequeño columpio, a picotear de la barrita de cereales, a afilarse el piquito con el hueso de jibia que su abuela le cambiaba más a menudo que las toallas del baño.

Y esa mañana, mientras se tomaba el café y se mantenían las miradas, el canario comenzó a piar de la forma que pian los canarios, primero despacio, para ir aumentando el tono y el ritmo en progresión aritmética. No se movía, solamente emitía el pío, pío, cada vez más alto, cada vez más rápido. Y a la vez se comenzaba a hinchar, como un globo. Hasta que llegó un momento en que la jaula se le quedó pequeña y explotó dejando un rastro de plumitas amarillas que quedaron suspendidas en el aire, pegadas a los azulejos y moviéndose lentamente hasta aterrizar en el suelo.

Se quedó hipnotizado observando el espectáculo de serpentinas plumosas y de repente reparó en que el frasco de Haloperidol Prodes estaba vacío.

Llevaba una semana sin tomar su medicación.


miércoles, 29 de enero de 2020

ELCIRCO MARCHETTI



Juan Blázquez alias Andrea Marchetti: Jefe de Pista.
MªLuisa Pérez alias Annunziata Rinaldi: Cantante y esposa de Juan.
Maribel Ortega Ruiz alias Jezabel: Contorsionista hija adoptiva de Juan y MªLuisa.

Umberto Heredia alias Zoroastro: Fakir, gitano sevillano.

Judith Kaufmann
Otto Kaufamnn
Max Kaufmann: Los Hermanos Kaufmann: Trapecistas, sobrinos de Juan, huidos de la Alemania Nazi.

Isabel Blanco alias Lavinia Warren
Guadalupe Blanco alias Ashley Warren
Montaña Blanco alias Brenda Warren: La Orquesta de Señoritas.


Jordi Montagut alias El Chino Yuan-Yuan: Malabarista, niño expósito de Barcelona.

Nicolás de la Fuente López alias Nikola Kovacs
Paco de la Fuente López alias Alajos Kovacs: Los Hermanos Kovacs, payasos, ex soldados republicanos.

Juanita Flores alias Florinda: Payasa, madre de Miguel Ángel y cuatro niños más.

Eulalia Guasch, Sor Ángeles: monja del Hospicio de Barcelona, "mamá" de Jordi.





domingo, 26 de enero de 2020

JEZABEL



Maribel y Max Kaufmann nunca fueron pareja. Él andaba loquito por la contorsionista, pero era tan tímido y reservado que cuando se acostaron por primera vez, ella pensó que ni siquiera le gustaba. 

A Isabel Ortega Gil sus padres biológicos nunca la llamaron Maribel ni le pusieron nombre artístico alguno. Se dedicó al espectáculo circense, como ellos. Pertenecieron al Circo Parish, cuando había dejado de llamarse Price y continuaron hasta que se fusionó con el Circo Americano y retomó su antiguo nombre; hasta que, en el año 36, fue destruido por un bombardeo y la familia Ortega comenzó su periplo por calles y pueblos, malviviendo, malcomiendo y huyendo de conflictos que nada tenían que ver con ellos. 

Una noche que dormían al raso, madre e hija fueron violadas. Maribel era una niña y archivó ese suceso terrible en una parte escondida de su cerebro y vivió muchos años con pesadillas. Mientras eran forzadas su padre intentaba soltarse de los brazos que le habían inmovilizado, mientras gritaba y pedía auxilio. 

Nunca supieron quiénes habían sido los autores de la agresión y la madre de Maribel –al descubrir que estaba embarazada– se lanzó por un precipicio y murió en el acto. 

Padre e hija deambularon meses por pueblos y ciudades destruidas sin dirigirse la palabra, hasta que un buen día se dieron de frente con el germen del Circo Marchetti y Andrea, tras conocer la terrible historia que Jesús Ortega le confesó al calor de una hoguera y la cordialidad de la botella de aguardiente, decidió adoptar a la niña. 

domingo, 12 de enero de 2020

EL CHINO YUAN YUAN



Jordi Montagut –conocido en el mundo circense como el chino Yuan Yuan– nunca pudo olvidar a Paco de La Fuente, el payaso Alajos Kovacs, que fue la única persona que le hizo sentir que no era un desgraciado, un perdedor, mala gente y que se merecía lo que le ocurría. Le redimió de su pasado, le trató como lo que era, un ser humano, y fue el auténtico y único amor de su vida. 

El chino había nacido en una lúgubre buhardilla de la Barcelona más pobre, donde su madre compartía un cuchitril con otra empleada de la fábrica textil donde trabajaban por un sueldo mísero. Era el hijo bastardo del empresario y fue abandonado en el torno de la Casa Provincial de Maternidad y Expósitos de Barcelona a las pocas horas de nacer. Su madre no pudo hacer otra cosa, apenas ganaba dinero para su manutención y pasaba largas horas en la fábrica. Cuando le informó al padre de la criatura que estaba encinta, él negó en rotundo que fuese su hijo y le indicó a la pobre chica, de la que apenas recordaba un cuerpo sensual y una cara agraciada, que se deshiciese de lo que “venía en camino” lo antes posible o sería despedida. 

Roser Montagut metió a su niño en un capazo, lo lió en trapos limpios y dejó entre las ropas una cartita –que le había dictado a su compañera de habitación, porque ella no sabía escribir– donde explicaba el motivo del abandono, prometía por Dios que cuando su situación cambiase iría a por su hijo, daba su nombre y apellidos y los del padre, aunque sabía que nunca nadie la iba a creer, pero pensó que algún día su hijo agradecería saber su origen. Puso un escapulario atadito en el asa del capazo y lo dejó, dormido como un angelito, en el hospicio. 

Roser esperó un rato tras el torno, no parecía que nadie se hubiese dado cuenta de que habían dejado un nene abandonado. Pasado un buen rato su bebé comenzó a berrear y escuchó pasos apresurados al otro lado de la pared. Una voz agradable, de mujer joven, calmaba al niño y le hablaba en susurros con un cariño y afecto que hizo que la joven madre saliera de puntillas llorando de gratitud. 

domingo, 5 de enero de 2020

ZOROASTRO



Umberto Heredia nació con los ojos abiertos. Su tía no pudo reprimir un “Ojú, mi arma…” y mientras le cortaba el cordón umbilical no dejaba de repetir que en su vida había visto niño más feo. 

Creció, como el resto de sus hermanos, entre mocos, charcos, moscas y chinches. Daba igual que la maldita posguerra y la pertinaz sequía matasen de hambre a media España, ellos, los gitanos de la barriada Lafitte primero y Las Vegas después, en Sevilla, nunca conocerían tiempos mejores. 
Umberto era el hermano número cinco de nueve hijos vivos. Su padre pasaba largas temporadas en la prisión provincial de Sevilla, por lo que, por fortuna para su madre, algunos hermanos se llevaban hasta tres o cuatro años. 
Cuando el padre andaba por la casa los hijos procuraban no hacer ruido y pasar el menos tiempo posible en la chabola. El tío Perico tenía muy malas pulgas y recién levantado le calzaba una hostia a quien se le pusiera a tiro, después de comer a quién le interrumpiese la siesta, por la tarde a quien le molestase mientras se arreglaba y de madrugada, borracho como una cuba, su mujer era –inevitablemente– la diana de sus malos modos. 
Pedro Heredia, el tío Perico, tocaba la guitarra y cantaba algunas veces en los tablaos flamencos que no le habían prohibido la entrada. Era muy pendenciero y a pesar de ser muy flaco y poca cosa, metía hostias como panes, tenía muy mal vino y todo el mundo le temía y odiaba a partes iguales. 
Umberto recibió guantazos hasta que con catorce años, cuando le sacaba una cabeza al padre, le devolvió el golpe y le dejó tendido en el suelo, entre un charco de sangre y los alaridos de su madre y sus hermanas. Se fue de casa para no volver nunca más.