Natividad Blanco y Catalina Jiménez de Andrade se hicieron amigas en parvulitos. Sin saber cómo ni porqué se cogieron la manita el primer día, en el recreo y nunca más se separaron.
Aprendieron juntas a leer, pasaban casi todo el verano en la Sierra y Nati fue la primera en conocer la verdadera identidad de su amiga, era la hija de una hippie de Ibiza.
Fue un gran secreto que casi nadie supo jamás. Las niñas escucharon por accidente, una conversación telefónica mientras estaban escondidas bajo la mesa camilla del cuarto de estar, esperando a que el primo de Cati las encontrase.
La abuela Catalina hablaba en susurros, pero pudieron entender que el abuelo Fermín había volado a Ibiza para traerse a María, la ingrata de la hija pequeña, que era hippie y había perdido la custodia de “la nena” por su mala cabeza. Y estaba muy malita, por lo que la iban ingresar en el Sanatorio del Rosario, porque las monjitas eran amables, cariñosas y –sobre todo– muy prudentes.
Cati le preguntó esa noche a su abuela, pero ella puso cara de peroquemestascontando y se levantó a subir el volumen del “Un, dos, tres”; salía la calabaza en ese momento y fue un motivo estupendo para cambiar de conversación.
Pero cuando el abuelo llegó a los dos días y la niña le preguntó que dónde estaba la ingrata de su hija pequeña, no supo cómo reaccionar y acabó llevándola a ver a su madre.
Cati juró sobre el misal de su primera comunión que nunca, jamás hablaría con nadie sobre lo que iba a ver en el hospital. Pero ella ya se lo había contado a Nati, así que el juramento, a posteriori, no valía y esa noche durmió tranquila porque no iba a ir al infierno por mentir.
Solamente vio a su madre una vez y casi ni se acordaba de su cara. Estaba tapada hasta la barbilla, con los ojos cerrados y no pudieron entrar en la habitación porque tenía una enfermedad infecciosa. Así que olvidó la visión a través de la ventanita de la puerta y solamente volvió a recordarlo la tarde que encontró el diario de su madre, oculto bajo llave en el despacho de la casa de la sierra.
Leyó todo el legado que le había dejado y descubrió que la llamaba Amanecer, pero sus abuelos la habían bautizado Catalina cuando la recobraron del mundo extravagante y salvaje de la comuna.