miércoles, 2 de septiembre de 2020

UN BEBÉ EN BRAZOS



Hay cosas que nunca se olvidan, como coger a un recién nacido. 
Cuando has sido madre, un bebé en brazos es revivir sentimientos que, por lejanos, estaban relegados a ese rincón de tu mente donde las canciones infantiles han permanecido, susurrando las letras para que las recordases veintitantos años después. Hay cosas que nunca se olvidan. 
Y cuando quieres, intentas, pruebas a poner blanco sobre negro eso, el momento preciso donde un bebé en brazos se convierte en tu propio hijo, en el olor a pan recién hecho, en el temblor casi imperceptible de un corazón pequeñito que late como un pajarillo, el tacto vivo y el peso mínimo, eso mismo, se te escapa de entre los dedos, como el agua de lluvia. Y el teclado permanece mudo. 
No hay palabras para describir el instante fugaz de una alegría renovada, conocida y largamente esperada. La felicidad son esos pequeños momentos de luz y de amor, porque hay cosas que nunca se olvidan. Afortunadamente. 

viernes, 28 de agosto de 2020

LAS DOS ESTRELLAS



Su padre era el mayor de los hermanos y fue el último en morir. Tras cinco semanas en la UCI la pandemia se lo llevó, como a los otros cuatro. Tuvieron que esperar para el entierro y no hubo funeral. Para Estrella era un alivio, porque los ritos religiosos a los que le habían obligado a asistir en su niñez le provocaban desazón y taquicardia. 

Ella era la oveja negra de la familia. Hija y nieta de abogados, fue la única que no siguió la senda familiar. Se matriculó en derecho por imposición paterna, pero en tercero tanta ley, tanto derecho romano, tanta mandanga infame se le indigestó y decidió que lo de la danza no iba a ser un hobby, como le habían indicado en su casa, una casa buena, de gente bien, de familia acomodada en barrio céntrico y piso en chaflán. 
Había salido perroflauta, su padre lo bramaba a los cuatro vientos, su madre no podía evitar el tic en el ojo, recurrente a cada conflicto casero y sus tres hermanos mayores se mofaban llamándola Isadora Duncan.
La única que la había apoyado, cuando dio el campanazo y dijo que dejaba derecho, fue su abuela. Ya estaba mayor y nunca se la había tomado en serio. Estrella debía su nombre a la imposición paterna, porque a su madre le hubiese gustado llamarla María Angustias, como ella, pero por fortuna la voz masculina era la que decidía en esa santa casa. Y la nieta se llamó como su abuela y se parecieron tanto que a su padre, a veces, le daba miedo.

jueves, 6 de agosto de 2020

HOGAR, DULCE HOGAR



Hacía calor, mucho calor, tanto que las plantas de los pies sentían el ardor del alquitrán a través de las sandalias planas que quemaban como el fuego.

Caminaba por la carretera esteparia, desierta, sin árboles ni sombras, ningún cristiano con dos dedos de frente se atrevería a salir de casa a esas horas, con un sol de justicia africano, abrasador, que derretía el asfalto y hacía temblar, con sus vapores malignos, la imagen terrorífica del campo agostado. 

De repente escuchó, a lo lejos, un sonido amigo. Una moto. Su moto. El ronroneo del motor desperezó el canto de un pájaro dormido. Y su corazón.
Imaginó la escena tras su portazo. Él, compungido, sin saber qué hacer. Desesperado. ¿Qué haría sin ella? ¿Podría vivir solo? Él dando vueltas por la salita, como perro enjaulado, como una bestia nerviosa. Porque era un auténtico animal. Se lo habían dicho por activa y por pasiva, pero no escuchó, no quiso hacer caso de murmuraciones celosas. Pero lo acababa de experimentar en su primera pelea. Antes de llegar a las manos, ella huyó, con lo puesto, con sus sandalias planas y la bata de estar en casa, la bata que antes que ella vistieron su madre, su abuela, su tía...

Y cuando él llegó a su altura, sin mediar palabra, sin mirarla siquiera, le lanzó un bolsón de viaje pesado y repleto, con sus cosas. Dio media vuelta y volvió a casa. A la casa de ambos. El hogar que ella imaginó, en su loca cabecita, feliz.

miércoles, 15 de julio de 2020

SEGISMUNDO



Se lo había propuesto y lo consiguió. Desde siempre su refugio habían sido los cines de su barrio. 

El quinto hermano, el que fue confundido con el principio de la menopausia por su madre, fue el niño gordito de su clase, el que estaba siempre solo en el recreo. La diana de las burlas en casa y en la calle, el eterno solitario que se transformaba, en la oscuridad de los cines de la infancia y adolescencia, en el protagonista venerado por las vampiresas que sucumbían a su encantadora sonrisa.

Creció amando a sus heroínas de la pantalla y despreciando a las de carne y hueso. Y cuando cumplió la mayoría de edad se hizo una promesa que consumó cuando murió la madre que cuidó con cariño hasta que la muerte los separó. 

Esa tarde paseó solo, pero acompañado. Lauren Bacall le dedicó, desde su estrella en el 1724 de Vine Street, una medio sonrisa mientras ladeaba el sombrero y le indicaba el camino hacia la de Humphrey, en el mismo Hollywood Boulevard. 

Clark fumaba mientras Vivien levantaba el puño en su juramento inmortal contra la puesta de sol y Judy entrechocaba sus chapines rojos buscando el camino a casa. 

Greta, la divina, su primer amor, la que estimuló sus inicios sexuales en solitario, lucía su cuerpo maravilloso con el vestido de lamé ajustado de Mata Hari, para volver a hechizarle, pero él, que era un caballero y las prefería rubias, dejó para último lugar la visita estrella, de las estrellas de la fama. Y Marilyn le vio acercarse a lo lejos y dejó volar, de nuevo, la falda de su vestido blanco con el viento del atardecer.

Toda su vida había sido, era y sería siempre, sueño.

jueves, 23 de abril de 2020

#14DEABRIL (30 AÑOS DESPUÉS)

Le habían enviado, junto a la solicitud de amistad de Facebook, un mensaje. “Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo”. 
Husmeó en el perfil de Carlos Valerón Smith y sintió que la magdalena de Proust se le atragantaba como tantas otras veces. Se preguntó qué había ocurrido. La distancia, muy a su pesar, había sido el olvido. Y la desmemoria su infelicidad. 

Rememoró los días apacibles de primavera, cuando quedaban después de las clases y se tumbaban al sol, tan juntos que parecían una sola persona, con certeza de que nada ni nadie podría separarlos y la convicción de que estaban en posesión de la verdad absoluta.

Carlos ahora era un pintor famoso. Seguía teniendo ese porte bohemio, atractivo y majestuoso que la enamoró treinta años antes.

Le había enviado el mensaje un 14 de abril. Seguramente no era casualidad. 

Lo eliminó y bloqueó su perfil.

miércoles, 22 de abril de 2020

LA SOMBRA

Salió del portal y se recompuso. 
Las dos horas de consulta semanal con su psiquiatra, obligada por la familia de su difunto, le perturbaban.
Pero no se había salido del guión. Actuó a la perfección. No había relatado su infancia entre las colas del Monte de Piedad y las de cartillas de racionamiento, ni siquiera la pesada carga de la sentencia a muerte de su padre. No mencionó que los misterios dolorosos del matrimonio para ella fueron gozosos y gloriosos. Ocultó que se había enriquecido a costa del negocio de sus suegros y que había ingresado el dinero en una cuenta a nombre de las niñas para que ellas si lograsen ser lo que ella nunca pudo.
Había engañado a todos, menos a su sombra, que reflejaba quién era en realidad. 


domingo, 19 de abril de 2020

UNA DE POLICÍAS



El comisario Ian McPerson apuró el brebaje espeso del vaso de papel, llevaba cuatro cafés y no eran ni las once de la mañana. Su ayudante, el pelirrojo John Keepers le acababa de confirmar, cariacontecido, el resultado de la autopsia de la chica asesinada en el Club de la Calle 54. Estaba embarazada.

–Me temo que estamos ante un nuevo caso de cornamenta conyugal. Este oficio se está reduciendo a trabajo de huelebraguetas.
–Señor, ¿usted cree que la asesina es la esposa?
–Podría ser…

A media tarde visitaron a Belinda Waters, O’Brien de soltera, que los recibió en el elegante saloncito azul, donde se disponía a tomar el té.
En el giradiscos sollozaba una melodía irlandesa y la evocación de bosques húmedos, líquenes y musgos, entornó los ojos del comisario que recordó su infancia, tan lejana y oscura como una novela de Dickens. 
La señora Waters era la esposa de Mike Waters, un empresario de la noche neoyorkina, cincuentón y mujeriego, que –se comentaba– tenía estrechos lazos con la mafia local.
Mientras los tres removían el líquido de sus finas tazas de porcelana, el comisario pensó en voz alta que qué costumbre tan extraña, la de dar vueltas al agua caliente con una cucharita, a las cinco de la tarde. 
Belinda preguntó amablemente que a qué se debía la visita y el comisario le respondió, con una cortesía inusual en un hombre tan adusto, que si no se lo imaginaba.

“Tienen todos los papeles de una novela negra” –sonrió– “la mujer fatal, el hombre de negocios corrupto, el comisario solitario. Pero les falta el asesino, porque –no se equivoquen– yo no tengo nada que ver con el crimen.”

martes, 14 de abril de 2020

14 DE ABRIL




Aquel día también llovía. Corríamos por calles empedradas, a lo lejos sonaban campanas de la catedral y buscábamos algún sitio para guarecernos. 

Éramos tan jóvenes que creíamos que íbamos a cambiar el mundo. Tú me preguntaste,”¿Sabes qué día que es hoy?” Y yo sonreí porque, aunque entonces todo estaba prohibido, en mi facultad habíamos cantado un himno ilegal por la mañana.

Saqué una bandera tricolor que colgamos en lo alto de la Torre de Bujaco y mientras la policía nos gritaba que nos detuviésemos, nos besamos. Echaste a correr hacía la Plaza de San Jorge y yo a la Escuela de Aparejadores.

Como hoy, era 14 de Abril.

viernes, 10 de abril de 2020

BESOS, SOL Y HORMIGAS



Tumbados en una manta después de comer. El sol en lo más alto, redondo, amarillo, en esa estación en la que aún no buscamos la sombra. Los pajaritos cantan, a veces las nubes nos recuerdan que aún no estamos en verano y cuando abres los ojos, tienes la sensación de que han estado cubiertos de arena. Sonido de agua, lo suficientemente lejos para no preocuparnos por los niños. 

Me dices que no entiendes cómo no quiero mudarme a vivir al campo. Te contesto que ni muerta. Reímos y me quejo de las hormigas que comienzan a invadir el improvisado comedor y huyen cargadas con trocitos de patatas y migas de pan. 

Un niño se ha caído y llora. Levántate tú que me da pereza. Sana, sanita, culito de rana. Besito de mamá que lo cura todo. 

Poned la tapa a la Nocilla que se está llenando esto de avispas. Niños, venid a que os ponga protección solar. Qué exagerada eres con las cremas, déjales que tomen el sol, que es bueno para sintetizar la vitamina D. Pero es que se queman, que han salido a mi…
Risas de nuevo. Qué bien se está aquí, qué pereza volver a Madrid. La caravana…

¿Lo ves? Si nos mudásemos a la sierra no tendríamos ese problema. Estamos tirando el dinero pagando el alquiler…
Ni loca me voy yo a la sierra.
Bueno… ya veremos…
Si, ya veremos. El próximo fin de semana vamos a ver una casa. 
Yo no.
Tú si.
Risas.
Besos, sol y más hormigas.

lunes, 23 de marzo de 2020

AMINA



Abro el grifo para lavarme las manos por enésima vez en este día raro, ya van diez de confinamiento forzoso, y mientras oigo el fluir del agua limpia, no puedo evitar el primer recuerdo de mi infancia.

Había estado jugando con mi prima a hacer pastelitos con barro y cuando llegué a mi choza me lavé las manos con un poco de agua. Mi madre, al ver lo que estaba haciendo, entró en cólera y comenzó a pegarme y a gritar. Vinieron mis tías y la llevaron a su camastro, porque estaba a punto de dar a luz y no le convenía llevarse ese berrinche.

Me dejaron sin cenar, aunque mi abuela, que se acostaba conmigo, me llevó -a escondidas– un trozo de muufo. Me levantaron al amanecer y acompañé a mis tías al pozo para recoger agua. Andamos kilómetros y esperamos en fila para llenar nuestros bidones. Entonces comprendí a mi madre.

En mi poblado solo quedábamos mujeres, viejos y niños. Mi padre y mis tíos habían marchado tres meses antes a Europa. Mi madre dio a luz a un niño muerto y a los pocos días nos pusimos en marcha para embarcar en una patera y reunirnos con ellos.

Al llegar al litoral, después de meses caminando, mi hermano pequeño se puso enfermo y durante la travesía no cesaba de llorar. Pasamos muchísimo frío y al divisar la costa muchos se lanzaron al agua, haciendo que la patera volcase. 

No sé cómo llegué a la playa. Sola. Gritaba el nombre de mi madre y de mi hermano, pero no los encontré.

Me llevaron a un centro de acogida para menores no acompañados y no sé donde están.

Cada vez que me lavo las manos pienso en ellos, en el milagro de un grifo del que mana agua limpia. Y lloro.

viernes, 13 de marzo de 2020

LA PANDEMIA



Cerraron las fronteras, los colegios, los centros de día para los mayores, cualquier acto público con más de mil personas –al principio– pero el ratio fue disminuyendo hasta dejarlo en veinticinco. 

La gente acaparaba comida y papel higiénico y ya no compraba en los chinos, porque eran ellos los “culpables”. Pero luego lo fueron los italianos y semanas después, nosotros. No nos dejaban viajar a ningún país porque les contagiábamos.

Llegó el día que se suspendieron las Fallas y la Semana Santa y nos aconsejaron no salir de casa. Pero la recomendación se convirtió en restricción con una orden legislativa de carácter urgente, por la que se permitía, a las fuerzas del orden y seguridad del estado, abrir fuego contra la población desobediente.

Murieron los abuelos, los enfermos con patologías previas y más tarde las personas con mala salud, las mujeres maltratadas a manos de sus maridos hartos de no ver otra cara en todo el día y los hijos respondones porque sus padres –histéricos– no podían compaginar el teletrabajo y el cuidado de sus niños.

Nueve meses después se decretó el fin de la pandemia y una nueva población, sana, salió a la calle y respiró – con ojos demenciados– el aire purificado tras meses de inactividad.

lunes, 17 de febrero de 2020

EL RETRUÉCANOS



–¡Alex! ¡Alex! Baja a desayunar.
–…
–¡Alejandroooooooooo!
–Voooooooy…


El adolescente entró en la cocina con cara de sueño.

–Son más de las diez, quedamos en que estos tres días que estás expulsado te levantarías a las siete a estudiar. Que me he cogido días de asuntos propios para vigilarte y no me vas a tomar el pelo. Por cierto, ¿qué demonios hacías anoche con la luz encendida a las tantas? ¿No te habrás enganchado a la wifi del vecino para jugar al Fortnite ese?
–¡Qué dices! Si también ha cambiado la clave–el adolescente sonrió con picardía– estoy más aislado que Robinson Crusoe…
–¿Y por qué tenías dada la luz?
–Estuve leyendo y no podía dejarlo.
–¿Leyendo?
–Leyendo
–¿Un libro?
–Si mamá, eso que tiene tapas y hojas de papel, numeradas y que la abuela pasa de pantalla chupándose el dedo.
–Alucino…
–Es que hay un capítulo que me recordó a papá y a ti. Cuando el pavo se va para los molinos pensando que son gigantes y el otro menda le dice que lo está flipando. Me recordó cuando papá movilizó a medio vecindario contra el banco por lo de las cláusulas suelo y tú le decías que luchaba contra los gigantes y toda esa movida. Es que sois como ellos, me parto…
–¿Has estado leyendo El Quijote?
–Si…
–Hijo de mi vida, si te pusieras en serio sacarías hasta buenas notas, eres muy inteligente, no entiendo porqué te empeñas en parecer tonto, en enfrentarte a tus profesores, en no hacer lo que se te manda…
–El de lengua es un puto facha retrógrado, homófono y machista, mamá. Yo no me puedo quedar callado cuando está ridiculizando a Fátima porque lleva velo y casi no habla nuestro idioma. Lo siento mamá, tengo razón y lo sabes.
–El mote se lo pusiste tú, ¿verdad?
–Si.
–El Retruécanos…


Ambos rieron a carcajadas.

–Mami ¿me haces un colacao?
–¿Con grumitos?
–Chi.

lunes, 10 de febrero de 2020

HALOPERIDOL PRODES



Odiaba a los pájaros y especialmente al canario de su abuela, que todas las mañanas le recibía en la cocina con un pío extraño, con voz aguardentosa, mientras le miraba con el ceño fruncido y la cabeza hundida entre las alas. Se parecía a Marlon Brando, algo tan extraño e inusual para un canario como el tono de su piar.

Unas semanas antes le había abierto la jaula para que escapase de su cárcel. El canario revoloteó nervioso y se asomó a la puertecita, mirando a ambos lados, desconfiado, dio tres saltitos, revoloteó en la terraza de la cocina y volvió a su prisión, a su pequeño columpio, a picotear de la barrita de cereales, a afilarse el piquito con el hueso de jibia que su abuela le cambiaba más a menudo que las toallas del baño.

Y esa mañana, mientras se tomaba el café y se mantenían las miradas, el canario comenzó a piar de la forma que pian los canarios, primero despacio, para ir aumentando el tono y el ritmo en progresión aritmética. No se movía, solamente emitía el pío, pío, cada vez más alto, cada vez más rápido. Y a la vez se comenzaba a hinchar, como un globo. Hasta que llegó un momento en que la jaula se le quedó pequeña y explotó dejando un rastro de plumitas amarillas que quedaron suspendidas en el aire, pegadas a los azulejos y moviéndose lentamente hasta aterrizar en el suelo.

Se quedó hipnotizado observando el espectáculo de serpentinas plumosas y de repente reparó en que el frasco de Haloperidol Prodes estaba vacío.

Llevaba una semana sin tomar su medicación.


miércoles, 29 de enero de 2020

ELCIRCO MARCHETTI



Juan Blázquez alias Andrea Marchetti: Jefe de Pista.
MªLuisa Pérez alias Annunziata Rinaldi: Cantante y esposa de Juan.
Maribel Ortega Ruiz alias Jezabel: Contorsionista hija adoptiva de Juan y MªLuisa.

Umberto Heredia alias Zoroastro: Fakir, gitano sevillano.

Judith Kaufmann
Otto Kaufamnn
Max Kaufmann: Los Hermanos Kaufmann: Trapecistas, sobrinos de Juan, huidos de la Alemania Nazi.

Isabel Blanco alias Lavinia Warren
Guadalupe Blanco alias Ashley Warren
Montaña Blanco alias Brenda Warren: La Orquesta de Señoritas.


Jordi Montagut alias El Chino Yuan-Yuan: Malabarista, niño expósito de Barcelona.

Nicolás de la Fuente López alias Nikola Kovacs
Paco de la Fuente López alias Alajos Kovacs: Los Hermanos Kovacs, payasos, ex soldados republicanos.

Juanita Flores alias Florinda: Payasa, madre de Miguel Ángel y cuatro niños más.

Eulalia Guasch, Sor Ángeles: monja del Hospicio de Barcelona, "mamá" de Jordi.





domingo, 26 de enero de 2020

JEZABEL



Maribel y Max Kaufmann nunca fueron pareja. Él andaba loquito por la contorsionista, pero era tan tímido y reservado que cuando se acostaron por primera vez, ella pensó que ni siquiera le gustaba. 

A Isabel Ortega Gil sus padres biológicos nunca la llamaron Maribel ni le pusieron nombre artístico alguno. Se dedicó al espectáculo circense, como ellos. Pertenecieron al Circo Parish, cuando había dejado de llamarse Price y continuaron hasta que se fusionó con el Circo Americano y retomó su antiguo nombre; hasta que, en el año 36, fue destruido por un bombardeo y la familia Ortega comenzó su periplo por calles y pueblos, malviviendo, malcomiendo y huyendo de conflictos que nada tenían que ver con ellos. 

Una noche que dormían al raso, madre e hija fueron violadas. Maribel era una niña y archivó ese suceso terrible en una parte escondida de su cerebro y vivió muchos años con pesadillas. Mientras eran forzadas su padre intentaba soltarse de los brazos que le habían inmovilizado, mientras gritaba y pedía auxilio. 

Nunca supieron quiénes habían sido los autores de la agresión y la madre de Maribel –al descubrir que estaba embarazada– se lanzó por un precipicio y murió en el acto. 

Padre e hija deambularon meses por pueblos y ciudades destruidas sin dirigirse la palabra, hasta que un buen día se dieron de frente con el germen del Circo Marchetti y Andrea, tras conocer la terrible historia que Jesús Ortega le confesó al calor de una hoguera y la cordialidad de la botella de aguardiente, decidió adoptar a la niña. 

domingo, 12 de enero de 2020

EL CHINO YUAN YUAN



Jordi Montagut –conocido en el mundo circense como el chino Yuan Yuan– nunca pudo olvidar a Paco de La Fuente, el payaso Alajos Kovacs, que fue la única persona que le hizo sentir que no era un desgraciado, un perdedor, mala gente y que se merecía lo que le ocurría. Le redimió de su pasado, le trató como lo que era, un ser humano, y fue el auténtico y único amor de su vida. 

El chino había nacido en una lúgubre buhardilla de la Barcelona más pobre, donde su madre compartía un cuchitril con otra empleada de la fábrica textil donde trabajaban por un sueldo mísero. Era el hijo bastardo del empresario y fue abandonado en el torno de la Casa Provincial de Maternidad y Expósitos de Barcelona a las pocas horas de nacer. Su madre no pudo hacer otra cosa, apenas ganaba dinero para su manutención y pasaba largas horas en la fábrica. Cuando le informó al padre de la criatura que estaba encinta, él negó en rotundo que fuese su hijo y le indicó a la pobre chica, de la que apenas recordaba un cuerpo sensual y una cara agraciada, que se deshiciese de lo que “venía en camino” lo antes posible o sería despedida. 

Roser Montagut metió a su niño en un capazo, lo lió en trapos limpios y dejó entre las ropas una cartita –que le había dictado a su compañera de habitación, porque ella no sabía escribir– donde explicaba el motivo del abandono, prometía por Dios que cuando su situación cambiase iría a por su hijo, daba su nombre y apellidos y los del padre, aunque sabía que nunca nadie la iba a creer, pero pensó que algún día su hijo agradecería saber su origen. Puso un escapulario atadito en el asa del capazo y lo dejó, dormido como un angelito, en el hospicio. 

Roser esperó un rato tras el torno, no parecía que nadie se hubiese dado cuenta de que habían dejado un nene abandonado. Pasado un buen rato su bebé comenzó a berrear y escuchó pasos apresurados al otro lado de la pared. Una voz agradable, de mujer joven, calmaba al niño y le hablaba en susurros con un cariño y afecto que hizo que la joven madre saliera de puntillas llorando de gratitud. 

domingo, 5 de enero de 2020

ZOROASTRO



Umberto Heredia nació con los ojos abiertos. Su tía no pudo reprimir un “Ojú, mi arma…” y mientras le cortaba el cordón umbilical no dejaba de repetir que en su vida había visto niño más feo. 

Creció, como el resto de sus hermanos, entre mocos, charcos, moscas y chinches. Daba igual que la maldita posguerra y la pertinaz sequía matasen de hambre a media España, ellos, los gitanos de la barriada Lafitte primero y Las Vegas después, en Sevilla, nunca conocerían tiempos mejores. 
Umberto era el hermano número cinco de nueve hijos vivos. Su padre pasaba largas temporadas en la prisión provincial de Sevilla, por lo que, por fortuna para su madre, algunos hermanos se llevaban hasta tres o cuatro años. 
Cuando el padre andaba por la casa los hijos procuraban no hacer ruido y pasar el menos tiempo posible en la chabola. El tío Perico tenía muy malas pulgas y recién levantado le calzaba una hostia a quien se le pusiera a tiro, después de comer a quién le interrumpiese la siesta, por la tarde a quien le molestase mientras se arreglaba y de madrugada, borracho como una cuba, su mujer era –inevitablemente– la diana de sus malos modos. 
Pedro Heredia, el tío Perico, tocaba la guitarra y cantaba algunas veces en los tablaos flamencos que no le habían prohibido la entrada. Era muy pendenciero y a pesar de ser muy flaco y poca cosa, metía hostias como panes, tenía muy mal vino y todo el mundo le temía y odiaba a partes iguales. 
Umberto recibió guantazos hasta que con catorce años, cuando le sacaba una cabeza al padre, le devolvió el golpe y le dejó tendido en el suelo, entre un charco de sangre y los alaridos de su madre y sus hermanas. Se fue de casa para no volver nunca más. 

domingo, 22 de diciembre de 2019

JUAN JIMÉNEZ DE ANDRADE



A Juanito le parieron en un taxi. Su mamá, que parecía tan fina y delicada, tan de buena familia y que cuando la casaron con el niño de los Jiménez de Andrade, parecía que no le entraba una polla, parió como una vaca, con una rapidez inaudita para una primeriza y asistida por el taxista –que conducía como si fuese a ganar el rally de Montecarlo– y un guardia de la circulación, que tenía la intención de multar al loco al volante, pero que, sin comerlo ni beberlo, se vio en el papel de comadrona. El flamante papá, sentado en el bordillo de la acera, lloraba y moqueaba como un pazguato. 

Juan padre y Juan hijo crecieron escuchando la retahíla de don Fermín, que clamaba al cielo porque no había visto en su puñetera vida hombres tan endebles, tan indolentes y tan lacios. No soportaba la flojera corporal en un hombre, la espiritual la odiaba, pero que los lánguidos fuesen su hijo y su nieto, le comían los demonios. 

lunes, 16 de diciembre de 2019

LAS HERMANAS WARREN



Isabel, Guadalupe y Montaña nacieron a la vera del río Jerte. Su madre, hija única del panadero de Tornavacas, se lió la manta a la cabeza y marchó con un músico callejero para deambular de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad y ser feliz. 
La única condición que le pusieron sus padres fue que los hijos que nacieran se los entregasen, para darles una educación cristiana, un techo donde guarecerse y un plato de comida diario. 
Guadalupe volvía a la casa familiar para dar a luz y, tras unos pocos meses, dejaba a la recién nacida con sus padres para volver a la vida errática de vagabunda. 
Ellos nunca lo comprendieron, pero decidieron tragar los sapos que fuesen necesarios para que sus nietas no se criaran en la calle, como los mendigos. 
Las tres hermanas crecieron flacas, como todos los niños de aquélla época de penuria y escasez, y altas, muy altas, tan altas que en el pueblo las llamaban “las espingardas”. 
Su padre aparecía por la casa en Navidades y les adiestraba con los instrumentos que les iba regalando, para que no olvidaran sus enseñanzas. A la abuela le ponía enferma verle por en medio, siempre ocioso, siempre de buen humor y su risa de lunático le irritaba hasta el punto de hacerle enfermar, tanto, que cuando Montaña cumplió los tres años murió de una subida de la presión arterial, antes de la víspera de Reyes. El abuelo se negó a que las niñas volviesen con los padres, pero tras una pelea en la que llegaron a las manos, Guadalupe se fue con sus tres niñas y el hombre que la había conducido a la mala vida. 
El abuelo nunca se recuperó del disgusto y tras varios días sin dar señales de vida, los vecinos lo encontraron ahorcado en el desván. 

lunes, 9 de diciembre de 2019

NATI



Natividad Blanco y Catalina Jiménez de Andrade se hicieron amigas en parvulitos. Sin saber cómo ni porqué se cogieron la manita el primer día, en el recreo y nunca más se separaron. 

Aprendieron juntas a leer, pasaban casi todo el verano en la Sierra y Nati fue la primera en conocer la verdadera identidad de su amiga, era la hija de una hippie de Ibiza. 

Fue un gran secreto que casi nadie supo jamás. Las niñas escucharon por accidente, una conversación telefónica mientras estaban escondidas bajo la mesa camilla del cuarto de estar, esperando a que el primo de Cati las encontrase. 
La abuela Catalina hablaba en susurros, pero pudieron entender que el abuelo Fermín había volado a Ibiza para traerse a María, la ingrata de la hija pequeña, que era hippie y había perdido la custodia de “la nena” por su mala cabeza. Y estaba muy malita, por lo que la iban ingresar en el Sanatorio del Rosario, porque las monjitas eran amables, cariñosas y –sobre todo– muy prudentes. 
Cati le preguntó esa noche a su abuela, pero ella puso cara de peroquemestascontando y se levantó a subir el volumen del “Un, dos, tres”; salía la calabaza en ese momento y fue un motivo estupendo para cambiar de conversación. 
Pero cuando el abuelo llegó a los dos días y la niña le preguntó que dónde estaba la ingrata de su hija pequeña, no supo cómo reaccionar y acabó llevándola a ver a su madre. 
Cati juró sobre el misal de su primera comunión que nunca, jamás hablaría con nadie sobre lo que iba a ver en el hospital. Pero ella ya se lo había contado a Nati, así que el juramento, a posteriori, no valía y esa noche durmió tranquila porque no iba a ir al infierno por mentir. 
Solamente vio a su madre una vez y casi ni se acordaba de su cara. Estaba tapada hasta la barbilla, con los ojos cerrados y no pudieron entrar en la habitación porque tenía una enfermedad infecciosa. Así que olvidó la visión a través de la ventanita de la puerta y solamente volvió a recordarlo la tarde que encontró el diario de su madre, oculto bajo llave en el despacho de la casa de la sierra. 
Leyó todo el legado que le había dejado y descubrió que la llamaba Amanecer, pero sus abuelos la habían bautizado Catalina cuando la recobraron del mundo extravagante y salvaje de la comuna. 

lunes, 2 de diciembre de 2019

FLORINDA




Cuando a Juanita Flores su madre le llevó a ver el circo, la niña recuperó el habla. Hasta ese día pensaron que era retrasada, porque la noche que presenció cómo unos falangistas se llevaban a su padre, entre gritos y guantazos, se hizo pis de miedo y no pudo volver a hablar. Tenía tres años y su limitado vocabulario no pasaba de papá, mamá, nene y caca. 
Sus padres no estaban casados por la iglesia. Vivían en lo que, tras el final de la maldita guerra, se definió como “amancebamiento”. Cuando la madre de Juanita le comunicó que se había quedado embarazada, Juan Flores, alcalde socialista, se divorció de su primera mujer. 

Al acabar la guerra los matrimonios civiles se anularon, igual que los divorcios, por lo que Juan Flores, escondido en el doble fondo de un armario, desde que los nacionales ocuparon su pueblo a finales del año 38, volvió a estar casado con su primera mujer, que no se había recuperado del ataque de cuernos desde que, con toda la prudencia de la que fue capaz, su marido le pidió el divorcio. 

Gracias a la Ley de Responsabilidades Políticas, Juan Flores fue condenado a muerte y tras un riguroso registro, le sacaron a hostias de su escondrijo de topo y fue fusilado al amanecer contra la tapia del cementerio. 
Juanita era una niña arisca y salvaje. Tanto ella como su madre estuvieron señaladas y purgaron sus pecados, ser pareja e hija de un rojo, de por vida. La madre tuvo que soportar ser insultada, vejada y vilipendiada por el resto de sus vecinos. Tuvo que humillarse a cambio de un chusco de pan para alimentar a su hija, que creció escuchando la profunda letanía, noche tras noche, de que algún día la tortilla se daría la vuelta y sería ella la que mataría a los vecinos con sus propias manos. 

lunes, 25 de noviembre de 2019

MIGUEL ÁNGEL



Miguel Ángel Menéndez siempre fue un patito feo. Era el más canijo de la clase y nunca fue popular. En casa era el tercero de cinco hermanos y muchas veces a su madre se le olvidaba que tenía tantos hijos y faltaban platos, vasos y cubiertos en la mesa. Algunas mañanas él no tenía bocadillo para el recreo, pero no porque le quisieran menos, es que su casa era la casa de tocamerroque y su madre tenía un despiste mayúsculo, porque no se hacía al vecindario, a la casa, a su marido y a sus hijos. 
Quiso ser cantante cuando en las fiestas de su pueblo aparecieron unos artistas con un espectáculo surrealista y mugriento. Payasos con zapatones que recitaban a Quevedo. Una contorsionista que se hacía trenzas con los dedos de los pies, mientras contaba cuentos de hadas. Gimnastas barítonos y tenores que entonaban el Coro de los Esclavos de Nabucco. Y una joven, con flores en el pelo y en el vestido de gasa ajado y descolorido, que cantaba boleros con la voz más dulce que nunca nadie hubiese escuchado. Y todo aquello la transportó a otro mundo, ella no vio la cochambre ni la miseria, se quedó prendada de aquellos seres que parecían de otro planeta y se juró a si misma que sería artista. Pero la vida se empeñó en llevarle la contraria y con quince años se quedó embarazada y la casaron a la fuerza. Y allí acabaron todas sus aspiraciones. 

Juanita Flores suspiraba todas las mañanas, cuando el despertador le volvía a la realidad de su vida monótona y aburrida. Lo adelantaba diez minutos para imaginar, adormecida, otras vidas lejos de la caterva de hijos, del marido hastiado y de la pila de ropa que esperaba para lavar. 
A veces, en el pueblo que no era el suyo, los vecinos murmuraban que menuda prenda se había traído el Eustaquio del pueblo de al lado, que su mujer parecía que estaba alelada, que le debía haber dado un aire de cría, porque muchas veces, en medio de una conversación miraba al infinito y sonreía como si estuviese trastornada. 

lunes, 18 de noviembre de 2019

ESTRELLA



Estrella Fernández llegó al mundo dejando daños colaterales. Los médicos eligieron salvar su vida y nació huérfana. 
Su padre jamás pudo perdonárselo. La niña pasó los primeros años con la abuela y el rencor paterno crecía a la par que su hija, que no dejaba de recordarle al amor de su vida, la mujer a la que quiso con todo su cuerpo y su alma y no soportaba ver su copia en miniatura. 
Se volvió a casar porque pensó que, tal vez, un cuerpo tibio en la cama, una sonrisa por la mañana y nuevos hijos, pudiesen mitigar el dolor infinito que le laceraba el corazón. 
Tuvo dos niños y cuando murió su suegra, su mujer dijo que ya era hora de que la niña se criase con los hermanos, que era antinatural separarla de su familia, que no entendía el porqué de la cerrazón de su marido a que su hija viviese con ellos. Y por fin, el día que Estrella cumplió once años, marchó a vivir con su querido padre. 
Le adoraba, le seguía a todas partes como un perrillo faldero, tenía celos de sus hermanastros y la vida familiar comenzó a ser muy incómoda para todos. 
Beatriz, la madrastra de Estrella hacía todo lo que podía, intentaba ser ecuánime y tratarla como a uno más, pero la niña se lo ponía muy difícil y quería a su padre solamente para ella. Se interponía en los juegos de los hermanos, pidiendo un protagonismo que su padre no estaba dispuesto a darle. Y cuando éste llegaba a casa y abrazaba afectuosamente a los chicos y a ella le daba un beso en la frente, Estrella no podía evitar las lágrimas. Y a su madrastra se le partía el corazón porque sabía que el desafecto de su marido para con la niña, no era otra cosa que la lucha contra el recuerdo doloroso de su madre. Seguía enamorado de su primera mujer y Beatriz lo sabía, pero no podía, ni quería, enfrentarse a esa batalla. Su enemigo era un fantasma, un recuerdo, y contra eso poco podía hacer. 

lunes, 11 de noviembre de 2019

AMANECER



A Amanecer Jiménez de Andrade y López-Segura le bautizaron con el nombre de su abuela, Catalina, que la conoció cuando acababa de cumplir un año, tras el contencioso que concedió a los abuelos la custodia de la niña, nacida en Ibiza y criada –hasta entonces– por una comuna hippie. 
Nunca supieron quién era el padre, pero don Fermín agradecía todas las noches, cuando rezaba antes de ir a dormir, que el espermatozoide del alemán, rubio y de buen ver, fuese el primero en llegar al óvulo de la ingrata de su hija y que la niña heredara un pelo rubio y unos ojos azules, que no eran patrimonio de los Jiménez de Andrade ni de los López-Segura. 

Amanecer creció y engordó, los primeros años en casa de los abuelos, lo que correspondía a su edad, porque hasta entonces había sido un bebé desnutrido y sucio. Durante el tiempo que estuvo con su madre se crió al aire libre, sin las más mínimas normas de higiene ni horarios en su alimentación –como un perrillo callejero–, por todos los miembros de una comuna en la que, maldita la hora, la niña pequeña de los Jiménez de Andrade había huido para vivir una vida plena, sin reglas, ni límites, ni nada que le recordase la educación estricta de su familia. 

Se llamaba María y volvió a casa con un cuadro de sepsis generalizada, para morir en paz, cuando su niña iba a hacer la primera comunión. 

Don Fermín y doña Catalina nunca dejaron de culparse y decidieron poner todo su afán en que su nieta no se pareciera en nada a su madre, por lo que en cuanto detectaban algún asomo de rebeldía o maneras sospechosas se ponían mano a la obra para no volver a cometer, otra vez, el mismo error. Y ese empeño, ese trabajo en común, ese afán por salvar a su nieta de lo que creían inevitable, convirtió su vejez en un remanso de paz, en un lugar tranquilo donde refugiarse al final de la jornada, un equipo de trabajo del que, ni en el mejor de sus sueños, hubiesen pensado que podría llegar a ser su matrimonio, porque tras el viaje de bodas ninguno de los dos daba un duro por ello. Seguían juntos por el qué dirán, por las conveniencias sociales y porque, en aquellos tiempos, no existía el divorcio en la España católica, apostólica y romana. Su nieta les volvió a unir a la vejez. 

sábado, 8 de abril de 2017

LÁGRIMAS DE COCODRILO

Siempre había hecho lo que le había dado la gana. Nada más nacer se dio cuenta de que en cuanto abría la boca y berreaba, aunque fuese lo mínimo, alguien le sacaba de la cuna, le cambiaba el pañal, le daba de comer o le arrullaba.

Se crió entre algodones, hija de padres viejos, ocupó el lugar que había dejado su hermano, al que nunca conoció porque se había suicidado dos años antes de su nacimiento. No pudo soportar la presión de la escuela secundaria, las burlas de sus compañeros y algún que otro golpe o zancadilla en los pasillos del instituto.
Ella lo supo cuando cumplió trece años y encontró, de casualidad, un álbum de fotos, las notas del colegio y la carta de despedida de un hermano del que nadie, nunca le había hablado. Y aquello fue el detonante de su ira. No perdonó a sus padres que le hubiesen engañado, aunque ellos apelaban a su cordura intentando explicar que no había sido un engaño, sino la ocultación de una realidad que para ellos, era insoportable.
Pero no fue suficiente y la edad del pavo se convirtió en un melodrama, salpicado de broncas, gritos y lágrimas. Sobre todo lágrimas, porque cuando lloraba sus padres revoloteaban alrededor, como pollos sin cabeza, intentando calmar a su hija, que apuntaba maneras y estaban seguros de que un segundo suicidio acabaría con ellos.

miércoles, 5 de abril de 2017

ESCORIA, BASURA, DESECHO

“¡Tampoco es para tanto!”

Fue lo último que escuchó antes de pegar un portazo. El portazo que siempre quiso dar pero nunca se atrevió. El definitivo, el que cerraba una etapa de su vida pero que no sabía si abría otra, porque sí, su marido tenía razón, ¿a dónde vas a tu edad?
Pero se fue. Con lo puesto. Cogió el coche, lo único que le pertenecía solamente a ella y arrancó sin saber dónde ir.
Al amanecer divisó una playa. Se metió en el único hostal que había abierto en noviembre y se tumbó en la cama a pensar.
Había cumplido cincuenta y cuatro años. Tenía tres hijos. Los adoraba pero ya estaban encarrilados y nunca había tenido la sensación de que la necesitasen. Bueno, sí, para sentarse con ellos a hacer los deberes de pequeños, preparar los trabajos de sociales o redactar algo en inglés, sí. Había estudiado filología inglesa y no era maruja, maruja… o eso pensaba. 
Había acabado la carrera antes que su marido, el-novio-de-toda-la-vida, que conocía del barrio. Siempre le gustó, desde que era niña y, él, tres años mayor, ni la miraba. Era la hermana pequeña de su amigo del alma y solamente reparó en ella cuando se rompió un tobillo jugando a baloncesto y tuvo que hacer reposo. Se aburría tanto que comenzó a leer las novelas de la hermana de su amigo y ahí comenzó todo.

jueves, 16 de marzo de 2017

HOMOSEXUAL

Fue una liberación. Quería mucho, muchísimo a su madre. Pero su muerte, tras una larga y penosa enfermedad, no dejó de ser un alivio para él y sus hermanos.
Y eso que el que se había chupado ingresos hospitalarios, mañanas interminables de quimioterapia, consultas y pruebas, había sido él.
Con el mayor no podía contar para nada y el pequeño andaba a por uvas desde que hizo la primera comunión. De las cuñadas mejor no hablar.

Cuando murió su padre, unos pocos años antes, dejó para más adelante la mudanza a su nuevo apartamento, en el centro de Madrid, donde pensaba ir a vivir con su “amigo”, al que no había presentado —ni pensaba hacerlo— a su familia.

domingo, 15 de mayo de 2016

A TRAVÉS DEL UNIVERSO








En “A través del Universo (Jai guru deva, om)” se dan cita hechos históricos, vividos e inventados, de la España de la dictadura, con fogonazos de recuerdos de la Guerra Civil y la posguerra; de “aquellos maravillosos ochenta” de “La Movida Madrileña” que hacía enloquecer, con su música y su marcha, y donde el que no estaba colocado, se tenía que colocar. Hasta la realidad de hoy, con su crisis incluida.

Ana Vázquez nos adentra de manera inteligente y amena en una reflexión sobre la muerte, la enfermedad, la maternidad impuesta y, sobre todo, con la música que acompaña siempre a la novela nos ofrece un canto a la dignidad y a la esperanza.

https://editorialamarante.es/libros/novela/a-traves-del-universo





lunes, 9 de mayo de 2016

CONCIENCIA DE CLASE

Nos vendieron que podíamos ser banqueros, propietarios, jugadores de bolsa, inversores… Y nos lo tragamos.

Jugaron con los ahorros de nuestros padres, con nuestras futuras jubilaciones, con el Euribor más el 1%, qué chollo, pero si es más caro alquilar que comprar... además una casita con jardincito en las afueras se revalorizará por los siglos de los siglos… Amén...

Y luego vino lo de que “si todos son iguales, yo no voto” o “por lo menos que me roben los míos”…

Y la semana de ocho horas, la indemnización por despido, el poder tener una cuenta corriente a tu nombre siendo mujer, que eso es otra… todos esos derechos conseguidos a fuerza de huelgas y muertos, que pensábamos que como eran adquiridos nadie nos los iba a quitar…

Nos creímos banqueros, propietarios, inversores, navegantes, conductores de coches de lujo… y perdimos la conciencia de clase.

Porque, y no nos engañemos, somos trabajadores, obreros, asalariados, operarios, proletarios... Y nos están comiendo los hígados, enriqueciéndose a nuestra costa y dejándonos con el culo al aire.


Pero total… si son todos iguales.


lunes, 7 de marzo de 2016

DEBORAHLIBROS




Mi madre siempre me dijo que no hablase con extraños. Y hasta en eso se equivocaba, la pobre.

Este fin de semana, por fin, he conocido a mi “amiga virtual”.
Había ganas.
Katixa me descubrió por un “tuit cabreado”, como ella misma escribe en su blog. Un blog donde reseña lo que quiere y le gusta, porque es libre como el sol cuando amanece y –claro- ya solo por eso nos teníamos que llevar bien.

Pero es que ahora ha abierto una librería en Pamplona.
¡Una librería!
Y lo primero que hizo fue encargarme unos cuantos libricos que va y vende. Y cuando graban un vídeo para una televisión navarra salen “las Yeserías” de fondo. Y una, que por no tener ya no tiene ni edad de merecer (ya sé que lo decía Sabina) se esponja y le manda el enlace a familiares y amigos, ¿lo veis? Pero nadie es profeta en su tierra.

DEBORAHLIBROS es su librería. Cuando os paséis por Pamplona debéis visitarla (luego ya os vais de pintxos por San Nicolás y Estafeta), porque Katixa es librera de las de verdad. De las que saben de lo que hablan, venden y recomiendan. De las que han leído todo lo leíble e incluso lo infumable, pero ella va y lo dice. No se vende, no utiliza su blog para hacer de community manager de editoriales grandes o poderosas, para bailar el agua o para que le regalen ejemplares por “la face”. Porque puede y quiere. Y a mí me encanta. Y deberíais ver cómo coge un libro, con mimo, cómo lo toca, cómo lo coloca en su estantería… Eso es amor.

Y cuando la vi me recordó a mi Elena Ayllón (la protagonista de mi segunda novela), que también tiene una librería, Penny Lane, en el barrio de Malasaña.
Y que conste que cuando lo escribí ni conocía a Katixa personalmente, ni tenía ni puñetera idea de que iba a abrir DEBORAHLIBROS. 

Cosas veredes…

martes, 5 de enero de 2016

PENNY LANE


Te pones a escribir y, aunque no quieras, aunque intentes por todos los medios que no sea así, se te escapa algo, te retratas.
Elena Ayllón tenía una librería en el barrio de Malasaña. Y Jimena García de la Fuente un bar de copas y sala de conciertos en el de Prosperidad.
Y las dos se plantean sus negocios como una extensión de ellas mismas, pretenden hacer, contratar y vender lo que a ellas les gustaría ver, comprar o escuchar.
Y, por supuesto, no se hacen ricas, que es que tampoco hacía falta.
Y, por supuesto, yo me muero de envidia.

El pasado 16 de diciembre Katixa abrió su librería en Pamplona.
Se llama, como su "alter ego", DEBORAHLIBROS y, por supuesto que yo muero... de felicidad y también, pero solo un poquito, de envidia.

(Nena, he pillado una foto tuya del Face, espero que se pueda.)

domingo, 6 de septiembre de 2015

JAI GURU DEVA, OM



"Jai Guru Deva, Om" está inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual con el nº M-005829/2015

Elena Ayllón fue uno de los personajes secundarios de mi primera novela YO NACÍ EN YESERÍAS.
Elena y Jimena, hacen su primera aparición allí y, ahora, se convierten en las protagonistas de esta historia, que cuenta la vida de la primera.

YO NACÍ EN YESERÍAS, fue una novela coral, una especie de introducción, donde algunos personajes van a convertirse en protagonistas de sus propias historias.

Elena Ayllón es una mujer vallisoletana, hija de uno de los empresarios más importantes de vinos de esa zona.
Nacida en los sesenta, su historia va siendo relatada por ella misma y por su amiga Jimena García de la Fuente, hija de un juez, que también vivió sus primeros años en Valladolid.

Elena crece en la España franquista, a la vera de una familia afín al régimen, pero que paulatinamente va tomando conciencia de la realidad de su país, por obra y gracia de su amigo José Luis Suárez, hijo de caciques, rojo convencido y el primer gran amor de su vida, que despierta su pasión por la literatura y la libertad.

En los ochenta conoce, en Madrid, a su amiga del alma, Jimena, la dueña del pub Strawberry Fields y desde entonces sus vidas van a ir enlazadas en las alegrías y las penas, la salud y la enfermedad…

En JAI GURU DEVA, OM se dan cita hechos históricos, vividos e inventados, de la España de la dictadura, con fogonazos de recuerdos de la guerra civil y la posguerra. De “aquellos maravillosos ochenta” donde La Movida Madrileña nos hacía enloquecer, con su música y su marcha, donde el que no estaba colocado, se tenía que colocar. Hasta la realidad de hoy, con su crisis incluida.

Elena y Jimena, cuentan sus historias, a veces tristes, a veces no, paralelas a la historia de este país.

(Cada capítulo es el título de una canción de LOS BEATLES, porque el Strawberry Fields no podría ser lo que es, ha sido y será, sin ellos. Y JAI GURU DEVA, OM es el mantra indio que se recita una y otra vez en ACROSS THE UNIVERSE:

 “Jai Guru Deva, om… 
Nothing’s gonna change my World”

lunes, 27 de abril de 2015

DIEZ COSAS QUE NO DEBES HACER EN FACEBOOK

Cuando lo leí, yo, evidentemente, incumplía las diez normas sagradas. Las redes sociales, por definición, no son otra cosa que un enaltecimiento del ego, que como concepto está bien, lo malo es cuando alcanza límites similares a los cojones de Kin-Kong, entonces es cuando hay que mirárselo.

¿Pero qué tiene de malo poner en un página que es tuya, solo tuya y de nadie más, una foto de perfil de hace diez años, un retrato de tu gato, perro, conejo o niño en edad de guardería? ¿Por qué ese afán de dirigirlo todo? ¿Porque si no te bloquean, rechazan o incluso reportan de tu comportamiento indigno de una señorita? Porque sí... Facebook está lleno de chivatos, acusicas, que en cuanto ven teta o pelo de coño se alteran y mandan quejas, no sé muy bien a qué o quién, pero lo hacen, doy fe... ¡Pues que se piren!  Porque se supone que en las redes sociales quien más quien menos sabe algo de tí, ha mirado tu perfil o te conoce, por ese motivo pide tu amistad. Una servidora, que come de todo, incluye a casi todo el mundo. Y digo casi porque los dos últimos me salieron rana. ¡Niñas huid de machotes que en su biografía lo único que hacen es cambiar su foto de perfil! Y si hay alguna en calzoncillos o pegando tiritos en Kabul ¡Escondeos!

lunes, 23 de febrero de 2015

CUQUI SARASOLA

Mi amiga Cuqui Sarasola era la pija más pija de todo el barrio de Argüelles. A mí, que no tenía amigas, me repateaba bastante. Pero como nuestros padres eran colegas, no nos quedó más remedio que aceptarnos.
Coincidíamos en los cumpleaños de las niñas bien del cole, las Concepcionistas de la calle Princesa, y al final, en la adolescencia, acabamos por ser amigas.
Ella era muy guapa, alta y rubia —como yo— pero con mucho mejor tipo, más simpática y con un aplomo y seguridad en sí misma del que yo carecía.
Siempre fui de una timidez enfermiza, me acomplejaba mi altura, mi tipo y mi segundo apellido sueco.

Cuqui se casó, en los ochenta, con el hijo de un político. Tan alto, tan guapo y tan pijo como ella. Mi amiga había estudiado derecho en el CEU, siete años para acabar una carrera de cinco, pero como ella decía, "tengo el título, nadie me pregunta cuánto he tardado en sacarlo" y su papá, que era magistrado del Tribunal Supremo, la colocó en un despacho donde lo único que tenía que hacer era respetar el horario y acudir a las reuniones semanales, sin hablar mucho.

miércoles, 18 de febrero de 2015

MI NIÑO CHIQUITO


Me ha nacido un niño
y la casa,
de repente,
sin sentirlo,
se me ha llenado de lirios.

Me ha nacido un niño
y en los troncos que se queman,
alocadas,
se han levantado las llamas,
para ver más cerca,
su linda cara,
mientras bailan
y, en silencio,
le cantan una nana.

Me ha nacido un niño
y en la puerta de mi casa
ha llamado
una primavera adelantada.

Los amigos,
inconscientes,
dicen que me he vuelto loco,
de repente.

Es la locura bendita
que me regala mi niño,
mitad rosa, mitad lirio.

Miguel Villalba Herrero
18 de febrero de 1964

viernes, 13 de febrero de 2015

YO FUI ALUMNA DE RICARDO SENABRE

http://www.elcultural.es/noticias/letras/Ricardo-Senabre-la-critica-como-ensenanza/7370

En los ochenta comencé a estudiar en la universidad. Lo hice porque necesitaba una titulación para preparar unas oposiciones que jamás logré aprobar. Y me matriculé en Filología Inglesa porque ese idioma era fundamental para superarlas. El hecho de que la Facultad estuviese muy cerca de la casa en la que —entonces— vivía mi familia, fue fundamental.

Me aburrí como una mona. El nivel que yo creía que debería tener la población universitaria (y más en una carrera de letras) dejaba mucho que desear, había mucho analfabeto funcional y las clases de inglés —que eran las únicas que me interesaban— eran bastante más básicas de lo esperado. Lo único que me gustaba era que ahora podía leer “novelitas” (como decía mi padre) sin tener que esconderme en época de exámenes, porque eran obligatorias.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

¿FELIZ? NAVIDAD

Como todos los años, la nochebuena se pasaba en casa de la madre de ellas.
Eran tres hermanas, las tres casadas y las tres con hijos.

Todos los años cenaban lo mismo, se regalaban lo mismo y hablaban de lo mismo. Mentiras piadosas para que sus padres no se preocupasen.

La mayor —profesora de literatura en un instituto del centro de Madrid— estaba hasta los cojones de su marido “el curilla”, como le llamaban sus otras hermanas. También era profesor, pero había heredado un pastizal de sus padres, unos catetos de un pueblo de Ávila, con tierras y ganado y no trabajaba. “El curilla” no podía soportar a la familia de su mujer. Los padres eran muy católicos y muy de derechas, como él, pero intuía que la pequeña —que tenía fama de zorrón— era roja y, probablemente atea, porque en el funeral del padre se pasó la mayor parte de la misa en la puerta, fumando con sus hijos, y la mediana era insoportable con ese desdén con el que trataba al resto de la humanidad, como si fuesen sus pacientes de la Seguridad Social.

jueves, 11 de diciembre de 2014

OBEDECEDERÁS A TU PADRE Y A TU MADRE

Toda su vida había obedecido. De niña sus padres le decían que hiciese lo que se esperaba de ella. Fue buena y obediente. Nunca rechistó, tampoco se le ocurrió llevar la contraria y jamás se planteó que hubiese otra forma de actuar, de vivir o de enfrentar la vida.

Durante toda su existencia había oído decir a su padre que los niños estaban para obedecer y hacer los recados. Y ella, que era la única chica de cuatro hermanos, además, tenía que ayudar a su madre en casa. Antes de ir al colegio dejaba su habitación recogida y la cama perfecta. Sus hermanos no. A mediodía ella ponía y quitaba la mesa, enjuagaba los platos que su madre había enjabonado y los secaban a medias, mientras su padre y sus hermanos miraban el telediario.

Se hizo novia del hijo del cerrajero y se casaron cuando él volvió de la mili. Ninguno de los dos había estudiado más de lo básico y marcharon a vivir a casa del padre, que era viudo. Manolo trabajaba con él y ella limpiaba por horas.
Tuvieron tres niñas. Y ella siguió obedeciendo al marido, al suegro, a sus padres, a sus hermanos y a sus hijas.
Se deslomaba limpiando escaleras por las mañanas y pisos por las tardes. Y cuando llegaba a casa tenía que seguir quitando mierda ajena, cocinando para los demás y, cuando su suegro cayó enfermo, limpiándole el culo y las babas.

martes, 12 de agosto de 2014

AVISO

Aunque lo publiqué, en este blog, entre diciembre de 2012 y enero de 2013, el 10 de junio de 2013 registré mis tres primeras entradas de YO NACÍ EN YESERÍAS, tituladas ANGELITA LA RÁPIDA, MARÍA LA PUÑALES Y OLGA GUSTAFSSON, en la plataforma SAFE CREATIVE con el código: 1306105248781. Fui colgando diversos posts con capítulos de esta misma novela.

En septiembre de ese mismo año 2013 inscribí mi novela en el REGISTRO DE LA PROPIEDAD INTELECTUAL, con este número: M-006978/2013.

En noviembre la presenté en SALA RECICLAJE  y estuvo tres meses disponible,  de forma gratuita en formato digital para quien quisiera leerla.





lunes, 21 de abril de 2014

Cien años de Soledad


Con la muerte de García Márquez he rescatado —yo también le pego al tsundoku— uno de los ejemplares que guardo de “Cien años de Soledad”.
Reconozco que me he rendido a la tecnología y me resulta mucho más cómodo leer en el iPad. Pero no puedo evitar acumular libros en papel. Tocar, pasar páginas, el “olor a resma y a tinta” como dice mi —ahora sí— amigo José Manuel, era algo que casi tenía olvidado y que he vuelto a sentir, a pesar de mis achaques de señora mayor.


Porque mi padre, como los padres de Katixa, tenía la buena costumbre de comprar libros, almacenarlos en estanterías y ¡leerlos! Y esos buenos ejemplos, como la hermosura, si que se pegan.
Y como perdí la cuenta de las veces que he leído LA NOVELA, la retomé. Y como todas la veces que lo he hecho me ha vuelto a sorprender el hielo, como al Aureliano niño, he visto llover flores, ascender al cielo, en cuerpo y alma, a Remedios la Bella y he recordado que mi María la Puñales miraba a través de las cosas y las personas como los diecisiete Aurelianos. Y que sus primeras palabras no fueron ni papá ni mamá, sino un “va a llover” que dejó petrificada a su madre, mientras pelaba patatas en una mañana de un mes de julio caluroso y sin nubes y que desató la tormenta más grande jamás vista, esa misma noche, en las chabolas de su barrio, inundando caminos y estancias.
Porque mi María es… ¿Se podría inventar un término que definiera a los personajes de García Márquez? Si fuese así, María la Puñales sería un personaje “macondiano”, desde el humilde respeto, reverencia y homenaje que me produce mi escritor de cabecera.
Gabriel José de la Concordia García Márquez